QUEMAR LOS DÍAS

Jugar a vivir

El ser humano es un accidente, un formidable milagro, pero sobre todo un chiste

Me conmovieron especialmente las palabras que pronunció el actor José Sacristán al recibir el pasado lunes el Premio Nacional de Cinematografía. Con su imponente voz, confesó haber sido un impostor durante toda su vida, consiguiendo que siempre le hubieran creído. «Llevo más de 60 años ... sin dejar de jugar», explicó, resumiendo toda su carrera como la de un niño que pasa por el mundo entreteniéndose.

Estoy lejos de poseer el talento de Sacristán, y en el cole siempre se me dio fatal el teatro, pero también aspiro a resumir algún día mi vida con ese impresionante currículum. Ya que todo, en realidad, se trata de un juego. Aceptar sus reglas y divertirse lo máximo posible ha acabado pareciéndome la única meta de la existencia.

Claro que hay escollos, momentos difíciles: la gente querida que muere demasiado temprano anegándote de una rabia difícil de desincrustar; las enfermedades que van cercándote, a ti mismo o a tu familia, llenando de insomnio frío las madrugadas; gente imbécil que te chafa el día con su agresividad o su falta de educación; personas que acaban decepcionándote; la sensación, tan tristemente universal, de que la suerte nos es esquiva. Pero incluso desde los ventanales de un tanatorio se pueden contemplar bonitos amaneceres. Y aunque consideremos que somos el centro de todo, nuestros éxitos y fracasos, como asegura Bertrand Russell, y como demuestran dramas como el del volcán de La Palma, no importan gran cosa.

Salir a jugar implica divertirse. Lástima que muchos no aprendieron el juego: pasan por la vida amustiados, con rencor, peleados con el mundo. Otros muchos, simplemente, intentan jugar al margen, aprovechar los posibles resquicios y ángulos muertos para beneficiarse, obrando con mala fe. Por eso es importante buscar a los mejores compañeros de juego. Y no olvidar en ningún momento que se trata tan sólo de eso, de un juego, y que cuando llegue tu noche y se apaguen las luces tendrás, sin más, que abandonar la pista.

Resistir en el juego tampoco es fácil. De entre todos los recursos que nos ayudan a conseguirlo, me quedo con la risa. Tan antigua como el propio juego: en su ensayo ‘Humor’, Terry Eagleton nos recuerda que en el Génesis Abraham ya se reía cuando Dios le anunció que, pese a su avanzada edad, iba a tener un hijo. El nombre de su hijo, Isaac, significa «el que se ríe», como si el niño, dice Eagleton, «estuviera encantado por la pura improbabilidad de su propia existencia». La primera carcajada de la literatura occidental, nos recuerda también Eagleton, está en la Ilíada, cuando los dioses hacen chanzas con la cojera de Hefesto.

El ser humano es un accidente, un formidable milagro, pero sobre todo un chiste. Juguemos, por tanto, y busquémosle siempre las cosquillas a la vida. Pienso, de hecho, que estamos específicamente programados para ello: todavía no he conocido velatorio sin su ataque de risa.

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