QUEMAR LOS DÍAS
Demonio
No luchamos contra unos cuantos locos. El enemigo tiene que ver con el amor concebido como posesión y la mujer como cosa
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Iniciar sesiónLa ovación para Plácido Domingo en su regreso al Auditorio Nacional duró casi diez minutos. Pocas horas más tarde, Diego ‘el Cigala’, detenido por presunto maltrato a su pareja, declaraba a los medios: «Las mujeres siempre quieren dinero». Ese mismo día, por la noche, conocíamos ... la terrible noticia: habían hallado a la mayor de las dos niñas secuestradas en Tenerife por su padre metida en una bolsa a unos mil metros de profundidad. Casi al mismo tiempo, el asesino de la menor desaparecida en Martin de la Jara reconocía su crimen, confirmando que además la había descuartizado, abandonando los restos en un aparcamiento de Estepa.
Si no somos capaces de ver que tenemos un problema, es que estamos ciegos. Y no, no se trata de ideología de género, ni de violencia intrafamiliar, ni casos aisladísimos de gente mala. Tiene que ver, reconozcámoslo ya, con nuestra incapacidad y nuestra derrota como sociedad ante la evidencia de que el machismo no es algo que uno pueda gestionar de forma individual, sino que es un lastre cultural, una rémora que nos persigue y nos envuelve y que estamos lejos de superar.
Es invisible y sutil. Está en las comidillas de los compañeros de trabajo cuando toman café por la mañana, y deslizan comentarios soeces sobre otras compañeras, cuando no manifiestan abiertamente sus sospechas sobre la promoción inusitada de alguna de ellas, atribuyéndola a méritos extraprofesionales. Está en la calle, cuando hacemos la vista gorda ante un comportamiento agresivo de un hombre hacia su pareja. Está en nuestra propia casa, en nuestros padres, cuando tratan con desprecio a nuestras madres, que son las abuelas de nuestros hijos. Está en nuestros hijos, mientras deslizan el dedo por las stories de Instagram, buscando ávidamente cuerpos esculturales de influencers que se promocionan como pedazos de carne. Está en Instagram, y en TikTok, y en los grupos de jovencitas de la edad de mi hija que exhiben con orgullo su sexualidad prematura pintándose y usando ropa muy ligera comprada en las tiendas de moda. En las propias tiendas de moda también está, y en sus cuidados escaparates con modelos despampanantes que después aparecen en la tele untando sus cuerpos de caro perfume, mientras son olisqueadas por guapos modelos de torsos desnudos que recuerdan a galanes de telenovela. Los galanes de telenovela, antes sudamericanos, ahora turcos, son ricos y castigadores y muy machos y hacen suspirar a nuestras mujeres y confundir a nuestros hijos.
No luchamos contra unos cuantos locos llenos de maldad. El enemigo tiene que ver con el amor concebido como posesión y la mujer como cosa. Un enemigo que se despierta y se acuesta con nosotros, y con el que convivimos sin querer echarle demasiada cuenta. Si hay una verdadera batalla cultural a la que debemos enfrentarnos, es sin duda la de luchar contra este demonio.
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