QUEMAR LOS DÍAS
Caso verídico
Mirando el ejemplo de Málaga, pienso que Sevilla siempre ha tenido dificultad para reconocer el talento heterodoxo

Mi hermano siempre ha tenido una memoria prodigiosa. Desde muy pequeño, fue capaz de entonar de corrido toda la letra de Mediterráneo, la canción de Serrat, que es casi tanto como recitar el Like a Rolling Stone de Bob Dylan. Pero donde mostraba su talento ... memorístico era en contar, con una capacidad mimética, el chiste de los garbanzos de Paco Gandía.
Pensándolo ahora, tampoco resulta del todo extraordinario: muchos largos viajes en el Renault 7 familiar los aliviaba mi padre poniendo la cinta de chistes de Gandía. Allí estaban todos sus célebres casos verídicos, desde el de los garbanzos hasta Un gran entierro en Sevilla. Y era inevitable acabar embelesados por aquellas historias grotescas, que resultaban mucho más atractivas y potentes que los aburridos cuentos ilustrados para niños que nos esperaban en la mesilla de noche. Es probable que, en cierto modo, mi gusto por contar historias provenga de esa cinta inolvidable, donde hasta las risas enlatadas parecían auténticas.
Me he acordado de Paco Gandía al conocer la noticia de que la comisión de Cultura del Ayuntamiento de Málaga ha aprobado una moción para crear una ruta turística en honor a Chiquito de la Calzada, que seguramente incluya una medida tan original como un semáforo con su silueta y alguna de sus míticas expresiones.
Soy un ferviente chiquitistaní, así que la idea me ha emocionado. Pero siempre he pensado que, como cualquier otra forma de expresión, los chistes de humor son una corriente viva resultado de la impronta de grandes maestros y de discípulos que recogen, enriqueciéndola, su herencia. Y aquí, el magisterio de Paco Gandía es indudable, hasta el punto de que me atrevería a asegurar que sin Gandía nunca hubiéramos tenido a Chiquito. Es cierto que no alcanzó la repercusión mediática del malagueño, pero su influencia en la forma de contar historias con humor sigue vigente en nuestras tabernas, ferias y velatorios. Lo hemos asimilado con naturalidad, como parte de nuestra idiosincrasia.
Sevilla, sin embargo, no ha sabido aprovechar su legado todo lo que debiera. Mirando el ejemplo inevitable de Málaga, pienso que tradicionalmente nuestra ciudad siempre ha tenido dificultad para reconocer el talento heterodoxo. Mientras que Rockberto, el cantante de Tabletom, mereció al poco tiempo de su muerte una calle y una estatua en Málaga, hasta hace poco más de dos años Jesús de la Rosa, el alma máter de Triana —grupo sin el que Tabletom no habría existido—, no contaba ni con una miserable placa en Sevilla. Esta ciudad no tolera a los genios, dejó escrito Chaves Nogales, y quizá sea eso lo que la ha mantenido siempre tan ajena a rendir cuentas con figuras que produjeron su obra al margen de la academia. Pienso en el semáforo de Chiquito, y sueño con lo divertido que sería contar con uno en Sevilla con la voz de Gandía narrando el caso verídico de los garbanzos.
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