#Bendición
Busco refugio, como un analgésico, en mi adorable zona de confort, donde acaricio el espejismo de lo inmutable
Uno de los procesos más dolorosos derivados del abandono de la infancia es aprender a encajar las decepciones. Y de todo el lastre de decepciones que uno va acumulando con el tiempo, seguramente la de acostumbrarse a que las cosas ya no son como antes ... sea una de las más desagradables. Ningún dulce se parecerá jamás a los bollos de leche que tomaba de merienda en casa de mi abuela María; nada comparable al amargor genuino de la cerveza de aquel primer buche en la adolescencia, cuando todavía intentaba descifrar si aquel sabor me gustaba o no (sí que me gustó).
En 2016, no lo dudé al descambiar la entrada para ver a AC/DC en el Estadio Olímpico, que había adquirido un año antes. No podía soportar la idea de que hubieran dado boleto a Brian Johnson, el cantante, aquejado de problemas auditivos, sustituyéndolo por un Axl Rose fondón y con la patachula. Aquello, simplemente, no era AC/DC. Mucha suerte para la legión de pregoneros que nos animan día y noche a abandonar la zona de confort. Que se marchen todos y me dejen disfrutar a mis anchas de esa zona con las cosas que adoro porque siempre son iguales: las canciones de AC/DC, las películas de Woody Allen, las patatas bravas del Salomón, las novelas de Baroja, los pases de Navas desde la banda derecha.
El estatismo, ya lo sé, es una falacia: somos resultado del cambio. Pero a más cambios, inevitablemente, más decepciones. Por eso busco refugio, como un analgésico, en mi adorable zona de confort, donde acaricio el espejismo de lo inmutable. Esta semana, AC/DC, otra vez con Brian Johnson como vocalista, han hecho público el primer single de su nuevo disco. «Más de lo mismo», leí que alguien sentenciaba en redes. Era una crítica, pero lo tomé como un piropo. Más de lo mismo, por Dios santo, qué bendición.
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