ETA, coca y mafia
En Santander, en un curso de la Menéndez casi disfrazado para evitar situaciones desagradables, Roberto Saviano, autor de Gomorra, se ha extrañado de que en España apenas levante un tímido rumor el hecho contrastado de las relaciones de ETA con el narcotráfico para autofinanciarse. A ... estas alturas del partido no creo necesario presentar a Roberto Saviano. Sería una pena que no supieran quién es. Y sobre todo, sería un pequeño desastre que desconocieran su recia, valiente y firme voluntad de escritor comprometido antes con la libertad que con el miedo. Ese asqueroso compañero de viaje que hace la vista gorda en Nápoles ante la implacable suciedad moral de la Camorra. El miedo en Nápoles silencia al Vesubio. Pero no pudo con la voz de este joven napolitano que vive, como un corzo, huyendo de monte en monte, para esquivar las balas y los puñales de la mafia que lo quiere abatir, digamos, por no salir muy bien parada en su libro Gomorra.
Saviano se extraña de que en nuestro país sus denuncias sobre la banda paramafiosa de la serpiente no levanten titulares gordos y reportajes de miedo como una tarde con José Tomás. No deja de ser paradójico que el joven escritor napolitano caiga en esa antipática desazón. Sobre todo porque él mejor que nadie sabe lo malamente que se llevan el miedo y el compromiso, la jindama y la libertad, el desasosiego y el valor. Lo sabe en propias carnes. Lo sabe viviendo como vive. Siendo su vida el fiel retrato de un pajarito acosado por las escopetas. A Saviano, cuando escribió su libro destapando las miserias de la mafia napolitana, los propios vecinos del barrio donde, en primera instancia, buscó refugio le negaron el asilo, boicoteando su asentamiento entre ellos por miedo. El miedo es el peor socio del hombre. Capaz de aliarlo con la indignidad y hacerlo amante bovino de una existencia peor que la muerte. España ha sido la puerta por donde ha entrado en Europa el polvito mágico de la nariz. La coca americana que abona bubas en el cerebro y repara tabiques nasales con láminas de plata. Y en esa puerta, para saludar su ración, también estaba ETA.
Las fuentes de Saviano no son insolventes. Recaba los datos de la policía italiana especializada en la lucha contra la Mafia. O sea, no estamos hablando de una garganta con escasa profundidad. Sino tan honda que es capaz de llegar, como los batiscafos abisales, a los secretos sellados y mejor guardados del tenebroso y oscuro mundo de los camorristas. ETA regó el árbol de su romántico jardín separatista con agua contaminada por la coca colombiana, con el polvo costoso y blanco que le suministraban las FARC. ¿Y cómo pagaba la serpiente, señor Saviano? El deslenguado tano, sobrio en sus palabras y en sus manos, te lo aclara: ETA hizo negocios con la familia napolitana de los Genoveses, a los que compraba las armas para pagar a los narcoguerrileros colombianos. Joder con los románticos jardineros del parque de fruta bomba vasco. Tan libertadores, tan puros, tan limpios, tan idealistas que han venido manteniendo sus principios con la esclavitud de laboratorio con la que la coca grilla a sus habituales consumidores. Saviano nos invita a esta pizza napolitana para que degustemos el sabor fuerte de este almuerzo desnudo de miedo. Porque sólo el miedo ha hecho posible que dos tierras hermosas y acogedoras sobrevivan a sus respectivos secuestros en los zulos donde nadie quiere ver, nadie quiere oír y nadie quiere hablar. Cocaína colombiana por armas de la mafia. Bonito pedestal para levantar un monumento en plomo de parabellum a los principios incontaminados de una banda de paramafiosos. Después de esto, Roberto, sólo te queda explicarnos un asunto no menos inquietante: ¿sabrías decirnos quién se llevó la coca de esa comisaría sevillana...?
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete