Cine nostalgia
¿Cuándo se volvió viejo el Alameda, aquel cine que se anunciaba con la vanidad de lo ultramoderno?
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Iniciar sesiónNo hay nada más viejo que la modernidad. El anuncio de la inminente desaparición del Cine Alameda nos ha herido en el corazón de la memoria. Esta ciudad está llena de generaciones afectadas por el mal de la nostalgia, por el constante canto a lo ... perdido. Siempre habrá alguien evocando una Sevilla que desaparece. ¿Dónde estará la verdadera ciudad? ¿No será que se perdió definitivamente en el recodo de algún siglo sin que nos hayamos dado cuenta?
La desaparición del Cine Alameda es el enésimo canto elegíaco de una ciudad desgajada, desarticulada y vacía como una cáscara. Sevilla se encamina hacia la gloria de las ciudades-escenario. En realidad buena parte de su historia está conformada por historias de cartón-piedra, así que nada debe extrañarnos. Es su inevitable destino.
Los que pertenecemos al alma de esta ciudad sabemos que siempre nos acompañará el dolor de las cosas perdidas. Los recuerdos son ya un álbum de viejas fotografías. No somos tan viejos en una ciudad vieja y, sin embargo, nuestra memoria es un desván de polvo, moho y aire.
Decía que no hay nada más viejo que la modernidad. Es la paradoja que descubro al pensar en la breve historia del Cine Alameda. Aquel multicines que se anunciaba con la vanidad pomposa de lo ultramoderno: el primer drugstore de Sevilla, con amplios horarios donde se podían comer hamburguesas y refrescos de los que salían en los anuncios de la chispa de la vida.
Todo estaba en ese corazón de la modernidad con luces de neón al que nuestros padres nos dejaban ir con cierto temor porque justo al lado estaba la Alameda y sus burdeles. Eran los tiempos de la revista «Lib» y allí al lado estaban los cuartuchos de palanganas para el sexo urgente. Nada que ver con el aseo moderno de los multicines. Y también, allí al lado, estaba la Alameda canalla en la que había cuajado el rock aflamencado y underground. No se sabía qué era más fascinante:el cine de dentro o el de fuera.
Hace tiempo que aquel cine se volvió viejo. Las luces se tornaron amarillas, los sillones pegajosos, el dolby stereo se quebró, las palomitas se volvieron rancias y el ambientador olía demasiado a armario de época. Casi dejamos de ir al Alameda. Casi, porque seguíamos acudiendo con cierta devoción, con la idea de que si dejábamos de ir con regularidad lo cerrarían. A fin de cuentas, el Cine Alameda ha sido como el espejo de nuestra vida, quizás nuestro Cinema Paradiso. Porque el reflejo que nos devolvía era el de unos adolescentes en una ciudad eternamente adolescente que creían ingenuamente que la modernidad nunca se haría vieja.
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