TRIBUNA ABIERTA
El Celeste Imperio
Los toros pueden gustar o no, pero lo que está en juego es una sociedad sana y libre que no esté al albur de la primera ‘ideíta’ de la nueva casta
Esto no va de toros, va de libertad y de coraje cívico frente a una inabarcable ola liberticida, odiadora y refractaria al disfrute de los demás al margen de imposiciones y anatemas de la dictadura progre, el globalismo falsario y buenista y el control omnipresente ... de un poder y sus muchas terminales instalados en la ofensa, la transgresión y la ocurrencia.
Los toros pueden gustar o no como la caza, se puede ir o no como si uno no va a pescar y no le da por prohibir esta muy honorable y bucólica actividad, pero lo que está en juego es una sociedad sana y libre que no esté al albur de la primera ‘ideíta’ —Curro Romero dixit— de la nueva casta, tan vieja en su fracaso totalitario como todas las ‘democracias populares’ del comunismo del Este de Europa, de Cuba, de Venezuela y, sin ir más lejos, de la fracasada ensoñación republicana española.
El toreo es una pieza más a cobrar en una estrategia sistemática, disolvente y hasta ‘jartible’ de profanación, de laminación del disidente y de demolición de una forma de vivir decantada durante siglos junto a la familia, la educación, el Derecho, el cristianismo, la higiene y todas esas costumbres e instituciones que han hecho a Occidente ser como es. Y que convierte en sospechosos a quienes no comulgan con semejante rueda de molino de colorines.
Todos confluyen en lo mismo sin que, en apariencia, tenga mucho que ver ser republicano, ecologista, abortista o vegano, aunque sí que todos responden a idéntico ‘trantrán’ de mugre, ofensa y batucada como banda sonora de un comunismo redivivo en alianza con enemigos comunes de la libertad como el islamismo, al que ahora algunos pretenden blanquear desde la ignorancia dolosa de la barbarie.
No les importa el toro, odian al ganadero; no sufren por el toro, lo hacen por la felicidad de los otros desde el feísmo, el resentimiento y la mediocridad, por su aversión al libérrimo placer ajeno, por la risa, por compartir un código común de armonías, referencias, valores intrínsecos y hasta santoral —Belmonte, Joselito, Pepe Luis, Chicuelo, Pepín, Ojeda, Ordóñez…—.
Por esas mismas cosas que el comunismo quiso erradicar la religión, las iglesias y hasta las asociaciones de vecinos, bandas de música, sociedades de pescadores o peñas de dominó, si es que las había: cinco mil cerró en 1.948 el gobierno comunista húngaro de Rákosi.
Por eso el toreo es peligroso, porque, como mantenía sir Roger Scruton, gran partidario y defensor de la caza del zorro, estas asociaciones en torno a una pasión común son miradas con suspicacia por quienes están convencidos de que la sociedad civil debería ser dirigida «por quienes saben más», porque «si la gente es libre para asociarse, puede formar instituciones duraderas ajenas al control del Estado»: por eso.
Y el toreo duele por todos lados, por el que llega a las honduras y por el de aquellos que les molesta que los demás se miren unos a otros felices con un manojo de lances, se levanten como un resorte al mismo tiempo con una tanda de muletazos y que compartan un código de afinidades al que nunca llegará el cine subvencionado.
Esa heterodoxia ácrata es lo que está en el fondo de esa suspicacia secular del totalitarismo por la libertad, el individualismo y la felicidad ante la belleza, estados del alma ante el que, no por casualidad, todas las dictaduras les da por lo mismo, por la iconoclastia, por acabar de un plumazo con la molestia de lo que tanto une fuera del control del estado o de los imanes, lo mismo el toreo que los Budas de Bamiyán.
En todo este panorama, el cabestro también podría entrar como la perfecta metáfora del tonto útil de Lenin, pastueño, arropado, mansito, dócil, amparador, acompasado y rítmico con sus cencerros, obediente siempre a las órdenes del vaquero, siempre atento a las voces y al palo del cabestrero: en esta guerra de fondo y sin cuartel, el berrendo lo es en secta y en complejos.
Armonía, compás, temple, encaje, aplomo, ciencia, valor, ritmo ¿cómo lo van a entender? Por eso, la parada obedece al muecín progre en el ‘tolóntolón’ de las redes sociales y medios afines, vaya a ser que les caiga el auto de fe progre y la expulsión en su complejo de falta de raza y abundancia de complejos.
La clave es la comunión en la belleza como estado superior y no les da porque están en el callejón de la grisura y no manejarán nunca a quien todavía sea capaz de coger una toalla y pegar dos lances en el pasillo, o a quien, frente a los gruñidos y exabruptos de las batucadas, se emociona en el coche con ‘Suspiros de España’, Joselito Bienvenida, Giralda, Gallito o Agüero.
Y los que, frente a tanta imposición, siempre tendrán el soberano recurso de Rafael El Gallo de despacharlos con el del Celeste Imperio o el del Desprecio. También el de la firma de quien esto suscribe en loor y gloria al toreo y a la libertad.
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