Caídos

La nueva cruz de los caídos podemos levantarla en cualquier sitio, que en esta España no hay rincón que se salve de tener un caído

Un fotograma de la película «La caída de los dioses», de Visconti ABC

No sé si una cruz, si un monolito, si una lápida en blanco, si una piedra con cien nombres, pero quizá tendríamos que pedir algo para dejar constancia de los nuevos caídos, caídos por el dinero ajeno, por la ambición propia, por la corrupción, por ... algún vicio, por las ansias de poder, por errores de aprendiz, por salpicaduras de algunos de su confianza… La nueva cruz —o lo que sea— de los caídos podemos levantarla en cualquier sitio, que en esta España no hay rincón que se salve de tener un caído. Muchos de ellos, ayer fueron dioses que lucieron cabeza de tulipa de flecos de lámpara antigua con un cum laude por delante; o bien en la empresa privada ocuparon cargos que eran la envidia de medio mundo; o bien alcanzaron una relevancia descomunal en la empresa pública; o bien, por cercanía con alguien, por confianza de algunos o por intereses que nunca sabremos, fueron mandamases con diez escoltas, coche oficial y diaria aparición en todos los medios de comunicación. Todo esto tiene nombre de película de Visconti de finales de los sesenta: «La caduta degli dei». Sí, la caída de los dioses.

En una tribu, hace más de medio siglo, una familia, con tal de no ver las fiestas contrarias, se fue al campo a celebrar una comilona; llevaron la comida en envase de aluminio, el calor hizo que fermentara la comida y acabaron todos en el hospital. Un contrario, dio en la calle un titular canalla: «Te lo juro por esta…» (cerraba los puños y formaba una cruz con los antebrazos), «…yo no creo en ná…, pero algunas veces parece que se ve argo…» El contrario le atribuía a la Providencia la fermentación de la comida, como castigo a la familia por desprecio a los contrarios. El otro día, un paisano, sin conocer la anécdota que reseñamos, dijo que, aunque él no creía mucho en la justicia, en ocasiones parecía que funcionaba bien, y no porque se alegrara de que a algunos personajes otrora importantes los encarcelaran, sino por comprobar cómo si algunos podían librarse, más de uno acababa en la trena, si podían demostrar sus delitos. La caída de los dioses. Hagamos un repaso y citemos algunos nombres, Vera, Barrionuevo, Ruiz Mateos, Bárcenas, Mario Conde, Urdangarín, Rato… Hacemos memoria de cuando estaban iluminados por el poder, la fama, el dinero; rodeados de homenajes, fotógrafos que retrataban su mejor perfil, páginas y páginas de gloria, y recordémoslos —o veámoslos ahora— ir camino de la cárcel. «Na es eterno», cantaba Camarón. La letra de la soleá se hace canalla otra vez, pero acierta: «Candelas he visto yo / que las apagaba el mismo / viento que las encendió.» Vae victis! ¡Ay, de los vencidos!

antoniogbarbeito@gmail.com

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