La brecha de Víznar

Lorca es nuestro dolor sonámbulo y mal enterrado pero también el poeta de los días luminosos

«La brecha de Víznar» es el título de un cuadro que el pintor José Guerrero dedicó a su buen amigo Federico García Lorca. El lienzo es un paisaje abstracto perfectamente reconocible, un cuajarón de sangre, una herida por la que asoma la sombra. Estos ... días de sol surge otra vez esa cicatriz que nunca ha dejado de supurar, que es una fuente de penumbras y nuestro dolor sonámbulo y mal enterrado.

Siempre recordaremos el asesinato de Lorca porque es una metáfora terrible de nuestra historia. Y es lógico que aparezca otra vez como un fantasma que nunca olvidamos, a pesar de que la efeméride sucede en medio del sol perezoso de las vacaciones y la calma de siesta de los que se empeñan en borrarlo.

Romero Murube escribió valiente en la Sevilla de Queipo de Llano unas «Aleluyas del crimen» que evocaban la tragedia. Con él estaba escribiendo un libro sobre los dulces de Andalucía del que nada se sabe. Tarde de agosto que huele a canela, ajonjolí, barro y muerte. Aquella noche se rompió el azogue de todos los espejos como escribió Lorca que sucedía cuando cantaba Silverio Franconetti.

Qué silencio en Sevilla cuando murió Federico. Su amigo Murube lo recordaría en aquella primavera de 1935 en los jardines del Alcázar, cuando recitó el «Llanto por Ignacio Sánchez Mejías», que acababa de escribir. Lorca con un traje de hilo blanco y oliendo a manzanas leyó aquellos poemas que hablaban de niebla y olivos tristes. Los mismos olivos tristes de la herida de Víznar.

Hace poco la Fundación Lara publicó «Días como aquellos. Granada, 1924», de Alfonso Alegre, que rescata el felicísimo viaje que Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí hicieron a Granada para visitar a la familia Lorca. Fueron días luminosos que el poeta de Moguer evocó en lo más hondo de su exilio, cuando residía en Washington en 1945 y hacía años de la herida de Víznar: «Días como aquellos se viven pocas veces en la vida».

Otros días luminosos vivió Lorca en la Sevilla de 1927 cuando celebraron la fiesta de la amistad que quedó inmortalizada en una fotografía. También años más tarde, Dámaso Alonso recordó los días luminosos narrando como un presagio una noche en la que los jóvenes poetas estuvieron a punto de zozobrar en una barca porque el Guadalquivir venía muy crecido por las lluvias: «¡Quién nos había de decir, Federico, mi príncipe muerto, que para ti la cuerda se había de romper, brutalmente, de pronto, antes que para los demás, y que la marea turbia te había de arrastrar, víctima inocente!». Como si la herida de Víznar también estuviera dentro del corazón oscuro del Guadalquivir.

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