TRIBUNA ABIERTA
¿Y qué pasará con el ceceo?
En el tan elogiado anuncio de la Lola Flores ‘resucitada’, casi nadie repara en lo que de verdad importa, en que la sintaxis es absolutamente estándar
Antonio Narbona
Repartidos, aproximadamente, en tres tercios, unos andaluces no pronunciamos de igual modo censó(r) y sensó(r), otros dicen siempre [cenzó] y otros [sensó]. Pero nadie debe cometer faltas de ortografía ¿De verdad creen algunos de los (pocos, menos mal) empeñados en proponer una escritura ‘ ... en andalú’ que, al prescindir de la s (yo no zoi azí, como eza) vna a lograr la ‘dignificación’ del ceceo?
En la década de los 60, un profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Hispalense podía permitirse —y no era una bravuconada— amenazar a los alumnos ceceantes con suspenderlos si no abandonaban tal hábito articulatorio.
A mediados de los 80, me correspondió presidir la Comisión encargada de seleccionar a los que, entre más de un centenar de aspirantes, debían ocupar las diez Cátedras de Bachillerato de Lengua y Literatura Española convocadas por la Junta de Andalucía. Uno de los candidatos (acabó obteniendo plaza) iniciaba los ejercicios orales así: «pido perdón al Tribunal por no poder evitar mi natural ceceo». Mi reacción era siempre la misma: «No tiene que disculparse por algo que le sale con naturalidad».
Solicita mi colaboración un grupo de estudiantes universitarios [https://twiter.com/orgulloceceante] que se proponen «acabar con la discriminación que sufren los ceceantes andaluces». Quieren saber desde cuándo, por qué y cuánto se ha extendido el ceceo. Les hago ver que no es fácil responder, y salgo del paso diciéndoles que en El español hablado en Andalucía (ahora de acceso libre en la Editorial Universidad de Sevilla) se puede seguir la intrincada historia del proceso único que ha acabado en lo que nos hemos habituado a denominar ceceo ([cima] para cima y sima) y seseo (en ambos casos [sima]).
¿Condenado a la extinción el ceceo? Las lenguas —que viven únicamente en sus variedades—, mientras no dejen de usarse, no cesan (‘sesan’, ‘cezan’) de variar, sin que nadie pueda prever la dirección ni el ritmo de los cambios. Pero salta al oído que hay ceceantes que acaban ‘pasándose’ a la distinción, o al seseo, que, si no fuera por el contexto, no permitiría al que oye [sarsa] saber si el hablante se refiere a la(s) salsa[s] o a la(s) zarza[s].
Fui ceceante en mi infancia (transcurrida en el pueblo sevillano de Martín de la Jara), seseante cuando era (pre)adolescente (en Estepa, de la misma provincia), y ya ni recuerdo desde cuándo soy distinguidor. Pero sigo sin poder explicar por qué y cómo se termina venciendo la no pequeña resistencia que supone alterar un rasgo de pronunciación. Desde luego, no porque en las Gramáticas (incluida la académica) el ceceo se considere “vulgar” o porque en El libro del español correcto del Instituto Cervantes se afirme que «carece de prestigio incluso en las áreas en que se produce». Los ceceantes no harían el ‘esfuerzo’ de ¿lib(e)rarse? de tal uso si no constataran que nada pierden y sí ganan algo. Por ejemplo, dejar de ser objeto de mofa, como le pasó a un amigo (también llegó a ser Catedrático de Literatura, en este caso de Universidad), que, siendo estudiante en Madrid, hubo de leer en clase el poema de Garcilaso en que figura el verso que en sus labios ‘retumbó’ así: en el cilencio zólo z´ehcuchaba un zuzurro d´abeha que zonaba. La Lola Flores ‘resucitada’ en el tan elogiado anuncio publicitario (‘Con mucho acento’), cuya dicción se sitúa en las antípodas de la desarticulación destructora que se asocia al andaluz, distingue con claridad la c de la s cuando afirma que el acento eh tu tesoro o manosea tuh raíce. Es verdad que aspira o pierde las –s finales de sílaba (lah cohtura o que se ehcushe hahta el hipo), pero casi nadie repara en lo que de verdad importa, en que la sintaxis es absolutamente estándar.
Frente al seseo, que ha tenido todo a favor para avanzar (se ha impuesto en Canarias y América), el ceceo no ha dejado de recular a medida que los cotos (casi) aislados y marginados han ido desapareciendo y se han intensificado los contactos entre hispanohablantes. El desarrollo económico, social y cultural, la superación del analfabetismo, las migraciones y los movimientos turísticos, la expansión de la radio, la televisión y las nuevas tecnologías, etc. han empujado en la misma dirección.
Puede ser loable el intento de recuperar el orgullo ceceante, pero no parece que provoque gran pesar el retroceso del único fenómeno casi exclusivo de hablantes de Andalucía (en los pocos puntos fuera de la región en que se da tampoco goza de prestigio). Más bien lo contrario. Y es que el abandono de usos idiomáticos, al igual que los que permanecen, reflejan la aspiración individual y colectiva a atenuar las divergencias sociales. A una nivelación por arriba, claro, no por abajo.
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