LA TRIBU
Menores
Vienen de los juegos violentos que encontraron en las pantallas apenas empezaron a ver
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Iniciar sesiónNo les costaría mucho trabajo encontrar colchones y sofás abandonados, porque ya sabemos lo que solemos hacer con nuestras sobras, echarlas en las faldriqueras de los espacios públicos, impunemente. Los arrastrarían hasta allí y los echaron sobre la vía. Menores. Eran unos menores que, quizá ... aburridos, incapaces quizá de inventar el juego o de encontrarle sentido al campo, decidieron que sería bonito ver cómo descarrilaba el tren, al encontrarse con los colchones y el sofá cruzados en los raíles. Mola mucho, tío, eso de ver cómo descarrila el tren y hay víctimas humanas o desastre por derrame de mercancía peligrosa. Menores. Vienen de los juegos violentos que encontraron en las pantallas apenas empezaron a ver. No vienen de los tebeos, de las riquísimas y bien escritas aventuras de los tebeos. Vienen de la libertad y la violencia. Menores.
Para los niños de ayer, el tren era el imponente dueño de la vega, de las veras del río, más allá de su camino de hierro. Aquellas máquinas de carbonilla levantaban su penacho de humo negro en las subidas y el paso del tren era algo maravilloso, espectacular, único. Los niños se iban a los cerros cercanos a ver pasar aquellas máquinas que en la imaginación infantil tenían algo de animal fabuloso, vivo, capaz de revolverse antes de tomar el puente sobre el río. ¿Y no eran traviesos aquellos niños? Sí. Una vez, uno de ellos colocó una piedra en uno de los raíles y al llegar el tren la piedra salió despedida, como lanzada por una honda rastrera y violentísima. Los demás chiquillos se lo dijeron al maestro y castigó al niño de la piedra. Porque los demás niños a lo más que llegaban era a colocar sobre los raíles monedas de perra gorda, para recogerlas aplastadas cuando el tren hubiera pasado, y mostrarles a los amigos aquella aventura ferroviaria. Siempre lejos del tren, a la distancia que requiere la prudencia; siempre respetando pasos a nivel, cadenas, barreras, campanadas de aviso, pitido lejano y largo… El tren, un respetado espectáculo. Jamás ningún niño de aquellos —niños con muchísimas menos oportunidades que los de ahora— osó colocar en la vía, sobre los raíles, un palo, un hierro, algo que pudiera hacer descarrilar al tren. Aquellos niños venían del juego hermoso a la intemperie, de los tebeos, de la vida humilde de su hogar, sin ropas de marca ni lujos tecnológicos. Venían de la disciplina de la escuela, hechos ya al trabajo muchos de ellos, y a la obediencia paterna. Eran menores que necesitaban jugar, y jugaban, pero que jamás, al asomarse a ver pasar el tren, pensaron en cómo causar un accidente que pudiera tener consecuencias muy graves, incluso mortales. Eran menores que no tenían absolutamente nada que ver con estos.
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