LA TRIBU
Dos manos
De pronto, cuando menos podía esperarlo, Jimy se ha encontrado no sólo entre dos patrias, sino entre dos manos
Cuando salimos del sitio de origen y quedamos instalados en otro lugar, no pasamos de una patria a otra, sino que pasamos a vivir entre dos patrias. Una patria, la del origen, está siempre ahí, recordándonos el principio, los principios, los asombros, las experiencias que, ... sin que fuésemos conscientes, iban marcándonos, conformándonos, haciéndonos. La otra patria, la de residencia, es, antes que nada, una extrañeza, algo muy ajeno que nunca pensamos que alguna vez sentiremos nuestro, porque el hombre camina y trata de hacerlo por las calles de su primera patria; busca, sin saberlo, sitios que en el nuevo lugar no hay. ¿No te acuerdas de cuando, recién ido de tu patria de origen, salías al campo con la querencia del río, de la vega, y volvías con unas de las primeras tristezas, la tristeza de haber perdido un paisaje, también humano, porque ¿dónde los nombres de tu anterior diario?
Jimy, tras recorrer varios países desde que dejó su Senegal de origen, vino a Sevilla a buscarse la vida. Y en Sevilla hizo cama, en Sevilla, entre Triana y Los Remedios, se acostumbró, y desde entonces vive entre dos patrias, la que dejó por necesidad y la que ha hecho suya por la misma razón, aunque la sienta propia en muchas cosas. Honradamente, trabajó y educó a sus hijos, los fue criando y los mandó a la universidad. Él, mientras tanto, seguía en su tenderete vendiendo, honradamente, artículos de cuero. Llevaba más de veinte años instalado en la esquina de República Argentina con López de Gómara, frente a la Policía. Jimy, más de una vez, recordará su infancia en Senegal, y su sangre, que tendrá atávicos ramalazos de esclavitud, se emocionará como emocionan los recuerdos más lejanos. Pero es feliz en Sevilla, y sus hijos se sienten sevillanos. De pronto, cuando menos podía esperarlo, Jimy se ha encontrado no sólo entre dos patrias, sino entre dos manos. Y una de esas manos es la que han usado unos canallas desalmados, unos vándalos, unos hijos de pústula, para reducir a cenizas su humilde puesto de ventas. A Jimy, unos malnacidos lo dejaron, de golpe, impunemente, sin el trabajo con que se ganaba la vida y la de su familia. Pero el bien tiene más talla —y más manos— que el mal; y los policías vecinos han recaudado dinero para que levante de nuevo su tenderete, y la gente de Triana y Los Remedios se han volcado con el senegalés, para que siga trabajando honradamente. Es la otra mano, la mano buena, la mano de la gente de bien, la grandeza sevillana que ha dejado en pobre, ruin y despreciable la mano que le quemó la tienda al senegalés. Esta buena mano sevillana será ya para siempre la más hermosa patria de Jimy.
Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras