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Madrugón de Corpus

A Sevilla le toca diana el sentimiento de siglos de ser ella misma por unas horas

Antonio Burgos

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Curioso reloj de sentimientos y de fe el de Sevilla, que gira en torno a una Madrugada y dos Madrugones. Hoy es uno de esos dos Madrugones de la impaciencia y de la religiosidad popular de Sevilla: el madrugón del Corpus. Que con tanta calor ... casi agosteña y con las playas llenas, va a parecerles a los vencejos que rondan a la Giralda que es el otro sagrado Madrugón de Sevilla: el de la mañana de la Virgen de los Reyes. Yo le invito, lector, a que madrugue más todavía para que vea una Sevilla ideal, una ciudad soñada hecha realidad, en la carrera del Corpus aún vacía mucho antes de que empiece la procesión y que los carráncanos de la Sacramental del Sagrario empiecen a salir por la Puerta de San Miguel. Es una delicia esa Sevilla aún desierta que, casi amaneciendo, en los días más largos del año, aparece con las calles alfombradas de juncia y romero aún no hollados por los que salen en la procesión. Huele Sevilla de una manera especial en este Madrugón de Corpus. No es sólo el romero que trasmina el aire, despidiendo al último fresquito y presagiando la calor que va a hacer cuando la Custodia vaya por la Plaza de San Francisco, con el suelo adornado este año con una alfombra de flores. Suenan distintas las campanas de la Giralda, cuando van los miembros de las hermandades con sus estandartes y sus varas camino de la Catedral, para incorporarse en el Patio de los Naranjos al lugar que les corresponde en la procesión. Todo muy temprano. A Sevilla le toca diana el sentimiento de siglos de ser ella misma por unas horas. Las horas de esta amanecida son de una ciudad soñada, que ya no existe, que revive y toma forma desde este despertar de frescor y de sillas dispuestas en la carrera que se mantuvo invariable desde que el Corpus, antes que existiera la Feria, era la fiesta grande de la primavera.

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