Mi gato es de la familia

El Papa Benedicto XVI se paraba a hablar con los gatos callejeros de Roma cuando iba a su despacho, y en alguna ocasión dijo que algún tipo de alma deberían de tener aquellos animales que tantos sentimientos expresaban en sus ojos. Y perro hay que quiere a su amo y le demuestra fidelidad más que sus propios hijos. Por eso me alegra que la ley reconozca por fin que perros y gatos son «seres sintientes» y no cosas. Lo sabe todo el que tiene un perro o los que somos amantes de los gatos, seres independientes y preciosos, elegantes, armónicos, que nos permiten que vivamos en sus casas. ¿Quién es mascota de quién? ¿Su perro de usted o usted de su perro?

Lo que está muy bien en la ley es que imponga el cuidado de los animales que tenemos como mascotas, que castiguen su abandono. En estos días pasados de Navidad y Reyes se han regalado a los niños muchos perritos sin hacerles saber que, en efecto, incorporaban a alguien a la familia, y que contraían unas obligaciones irrenunciables, como sacarlos a pasear diariamente, llevarlos al veterinario, desparasitarlos, vacunarlos, tenerles siempre comida y agua fresca y limpia, no dejarlos solos encerrados. Como alguien de la familia. En la nuestra tratamos así a los gatos, hasta el punto que en los dos libros que les dediqué, «Gatos sin fronteras» y «Alegato de los gatos», dije que eran tan generosos que nos permitían vivir en su casa. En cuya entrada hay un azulejo que dice: «En esta casa se hace lo que manda el gato». Ya se fueron al cielo de los gatos buenos «Remo» y «Rómulo». Nos queda «Romano», ya mayorcete pero no menos inteligente y libre. Como son tan listos, Romano sabe que ya los animales de compañía son jurídicamente miembros de la familia. Tanto, que no me extraña que nos exija que lo inscribamos en el Libro de Familia como «Romano Burgos», que dice mi nieta Ana.