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El Faraón de Andalucía

Alberto García Reyes

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Cuando Andrea parió a su niño en la pirámide de Camas en la que la familia Romero López guardaba el tesoro de Andalucía -humildad, sacrificio y sentido de la medida-, ella ya sabía que había tenido un Faraón. El chiquillo tímido que pasaba las noches ... en vela en Gambogaz contemplando cómo la luna mordía en sus amores furtivos a la torre de la ciudad, aquel muchacho que llevó en su bicicleta la receta de la belleza, el que toreaba de salón con la lona metida en un tinte colorado que tenía que repartirse con otros dos torerillos de su calle, ese hombre que se hizo torero para ponerle un palacio a sus padres y a sus hermanas con una cama para cada uno, el que resucitó a Sevilla en 53 pasos y medio cada Domingo de Pascua, ha conseguido que el nombre de su madre sea también el de su tierra. Ahora Curro es, con papeles, hijo de Andrea y de Andalucía. Ya tiene una partida de bautismo donde pone el nombre de las dos, la de carne y la de arena. Todo el albero que pisó Romero en su viaje a la leyenda es ahora el útero que le ha hecho crecer hasta la dimensión definitiva del hombre: la eternidad.

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