DE RABIA Y MIEL
Sevilla en silencio
El silencio de Sevilla te tira de la lengua, te interroga sin presionarte, sin juzgarte
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Iniciar sesiónDe noche todo se escucha mejor, el ruido descansa, el caos se inmola, la velocidad se atraganta, la vida se hace la muerta, los muebles crujen, los niños sueñan. Los frigoríficos son cigarras, los flexos son luciérnagas, las ventanas son historias. El silencio es un ... hombre reflexivo con muchas cosas que contar, pero que calla por convicción, consciente de que la ausencia de su voz hace que prestemos más atención a sus susurros, multiplicando los efectos de sus sonidos, que se revelan como perlas extraviadas en una lejanía indeterminada, que se funden y se potencian en la confortable colchoneta del eco.
Sevilla de noche se arregla con ese silencio carismático de las mujeres que saben trabajarse el misterio, que aprendieron a hablar con los ojos y con los gestos, a expresarse sin la necesidad de despegar sus labios, provocando el efecto de que todos pensemos que esconden en la boca un arma capaz de desnudarte o abrigarte con apenas dos movimientos, un arsenal de argumentos irrefutables con los que reinventar la excepción, o una frase corta, sencilla y certera que se pronuncia con acaso un conato de acento, una leve sugerencia de que cada palabra, cada letra, cada crujido trae consigo algo valioso.
Sí, estoy convencido de que el silencio de nuestra musa adoquinada tiene acento, porque tiene encanto, porque es un silencio de autor que se diferencia con el de otros lugares, que se desmarca de esos otros silencios aburridos y pesados que empastan con las notas desafinadas de rincones que no saben reanimar al vacío, dar pinceladas en la bruma, inspirar a todo aquel que tenga algo que decir. Porque es así, el silencio de Sevilla empuja y desatasca, mece al que lo transita, removiendo la marea interna de su talento. El silencio de Sevilla adecenta a la pena, afila a las ideas, pone a tono a la melancolía, le da alas al optimismo. El silencio de Sevilla te tira de la lengua, te interroga sin presionarte, sin juzgarte, es un poli bueno que no hace ningún papel, al que le sale solo, que no va detrás de ninguna confesión.
Sevilla es una dama que, en su oscura paz, en su tenue tregua, en su hondo mutismo, no transmite ese frío incómodo y desconfiado que rodea a la tensión. Al revés, crea un ambiente íntimo, que hace que las farolas parezcan velas prendidas, que el adoquín se asemeje a una confortable alfombra, que la luna sea un diván en el que tumbarse a esperar al alba. El silencio de Sevilla es una balada sorda, una caricia en el oído, una juerga catártica en la que bailar con los pensamientos, en la que servirle un par de tragos a las ocurrencias, e invitar a un pitillo a la locura. En ese secreto místico de lo que se descubre a tientas, en esa acústica en la que uno puede hasta intuir las olas del mar que nunca se nos dio, en esa nada tan plena, es donde me gusta a mi perderme cuando nada me llena.
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