DE RABIA Y MIEL
¿Cómo te mira la Macarena, sevillano?
La Esperanza es anónima porque la tallan todos los que se postran frente a ella, los que le imploran gritando desde los silencios
Sevilla es esa ciudad que pende de una mirada, que aposenta su fe en unas pupilas que son el manantial predilecto de su reflejo, que proyecta su alma en el alma de quien alberga en el vientre nuestro futuro y en los ojos nuestro ... presente y nuestro pasado. Sevilla es esa ciudad en la que los sevillanos dejan sus esperanzas en las manos de la Esperanza, que es la guardiana de sus anhelos y sus miedos, de sus victorias y sus derrotas, la que almacena en su expresión las biografías de sus fieles. La Macarena es anónima porque de alguna manera la tallan todos los que se postran frente a ella, los que le imploran gritando desde los silencios.
De ahí que el sábado se amaneciera al borde del colapso, de ahí ese pellizco de estupefacción en el pecho al recibir unas imágenes que eran machetes oxidados que se clavaban hasta lo más profundo del sentir. En el proceso de restauración le habían borrado algo a la Señora, era como si los que la buscan hubieran dejado estar en Ella, como si le hubieran extirpado los rasgos divinos de esa belleza tan indescifrable que deja al misterio en un crucigrama para niños.
«No la reconozco, ¿dónde está?», repetían los devotos inmersos en la bruma de la incertidumbre mientras analizaban las fotos. Durante horas, los sevillanos fueron navegantes sin faro, caballos sin jinete, nubes sin cielo. Se activó el caos porque de la noche a la mañana la orfandad se había apoderado del aire. Nadie daba crédito, se rezaba porque todo fuera fruto de una broma de mal gusto producto de la Inteligencia Artificial. Se peregrinó al ritmo de la indignación hasta el arco y la pesadilla tomó más cuerpo aún, mutó en lágrimas de impotencia que resbalaban por las mejillas de los que no encontraban en esa cara que conocen al dedillo los surcos familiares en los que siempre han dejado reposar sus dudas.
No estaban en su rostro aquellas súplicas de la tarde en San Gil en la que le pediste que esa operación fuera bien, ni la de aquella mañana de un miércoles cualquiera en la que te escapaste para decirle que no podías más, que estabas perdido. Tampoco tenía en sus facciones ese viernes de hace años en Parras donde la luz se te hizo mundo. Todo eso se había esfumado de repente en un lifting aciago. Sin embargo, hubo quien se empeñó en indagar en esa desconocida, en rebuscar en las llamas que rodean a ese clavo predilecto, en encomendarse a la Esperanza para que iluminara a quien tuviera que iluminar y la devolviera a su ser. ¿Y si está queriendo decir que no hay que ver para creer? ¿Y si os ha puesto a prueba?
Aquella noche el sevillano vivió en ese verso que Manuel Molina le dedicó a su 'Loliya': «Y con mirarte, solo con mirarte, me parecen tus pestañas los barrotes de mi cárcel». El domingo al alba, convirtiendo los bostezos en asombro, Ella regresó de la zozobra. Como si nada hubiera pasado y todo fuera producto de la imaginación. Con todos los secretos de sus hijos tiritando otra vez en la mirada de la que pende la ciudad de los cielos tangibles.
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