DE RABIA Y MIEL
Juan Carlos Primero
Aquello ya fue, tiene sus momentos la vida. Ahora el universo acaba aquí, en los bajos de este río estancado que huele divinamente mal
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Iniciar sesiónLe gusta cómo amanece desde allí. Es como arrodillarse para quitarle los tacones a la ciudad y besarle las plantas de sus pies, como bajar a unos cielos suburbiales a sopesar dónde está el arriba y dónde está el abajo. En mitad de la nada, ... pasado el viejo puente, pasada la torre nueva, algo antes del huevo en el que descansa ese hombre que dicen que llegó hasta el lugar en el que hace un tiempo creían que se acababa el mundo. Coloca su silla de playa y piensa en ello mientras se enciende un cigarro. Acaricia en la primera divagación del día esas ganas que empujan a la gente a embarcarse hacia lo desconocido, a vivir aventuras, a conocer cosas nuevas.
Puede rescatar de sus adentros ese sentimiento que hace años experimentó, lo saluda como a un viejo amigo convaleciente, con la ternura y el respeto de lo que ya pasó. Él también fue como aquel tío de la estatua, tuvo la inquietud de saber qué había más allá, recuerda cuando fue con su Lola a las pirámides. Tiene la foto que lo acredita en casa, pero casi que la ve más nítida cuando la piensa. Ella con las gafas de sol negras, grandes, y un pañuelo alrededor de su cabeza. Qué moderna, qué joven. Le viene el polvo, el eco de las carcajadas en el vaivén de los camellos, el regusto del asombro cuando tuvieron enfrente lo que habían visto tantas veces en la tele. Hasta la cara malhecha, demasiada arrugada para su edad, del tipo que les echó la placa.
Aquello ya fue, tiene sus momentos la vida. Ahora el universo acaba aquí, en los bajos de este río estancado que huele divinamente mal. En la neverita azul que descansa a su izquierda. En la radio Sony a la que todavía no le ha tirado de la lengua sacándole la antena. En esta paleta de colores intensos que pregona un nuevo día como si mañana no fuera a haber otro. Eso le gusta. Se recoloca la gorra. Mira a su alrededor. Hay latas y vidrios en los poyetes que se han dejado los chavales, observa los grafitis, ya conocidos, que pueblan los muros. Uno de los dibujos le hace mucha gracia, parece un personaje de los tebeos que leía. Tienen talento algunos chavales, otros son una mierda.
Suenan las primeras pisadas y jadeos de los corredores. Un poquito más lejos, en la biblioteca con el nombre del primer presidente al que votó, aparecen estudiantes arrastrando sus mochilas. Ya se ha lanzado algún remero al agua. Hace que baile el reloj en su muñeca y comprueba la hora. Se pone a montar la caña y a preparar los aparejos escuchando noticias como el que oye llover. Tiene las manos grandes, sus venas son otros gusanos, azules y recios. Tira el sedal y hace girar la manivela con paciencia, fijando ya los ojos en el fondo de su interior. Pasa allí la mañana, dándole vueltas a sus cosas. En esas orillas en las que Sevilla reposa, transcribiendo sus memorias en el paseo del Rey que ha publicado sus memorias. Pescando sirenas, reconciliándose consigo mismo.
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