DE RABIA Y MIEL
Creadores de vacío
No hay nada más ridículo que la provocación cuando no lleva sustancia, que el ruido cuando es padre de un silencio sin matices
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Iniciar sesiónLA paradoja es la siguiente: cada vez hay más gente famosa que se dice creadora de contenido, y cada vez hay más creadores y menos contenido. Que sí, que siempre han existido famosos que se han dedicado única y exclusivamente a ser famosos, a enredar ... en la industria del cotilleo y el entretenimiento, a adobar con latidos desafinados las sobremesas y a llenar las páginas de las revistas del mundo del corazón. Pero es que ahora, con la consolidación del imperio de las redes sociales, este fenómeno se ha elevado a la enésima potencia y, propulsado por el sacrosanto afán del por qué yo no, hay una legión de aspirantes a vividores, entre los que podemos encontrar desde chamorritos sin la primaria terminada a mamis pijas de treintaylargos o canallitas desvergonzados con muchos pelos en las piernas, a los que solo les mueve la promesa del pelotazo.
A mí me parece estupendo que la gente tenga aspiraciones, siempre y cuando estén dotadas de una base y un sentido, siempre y cuando traigan bajo el brazo un componente de pasión por algo que les aporte un valor cierto y genuino a la hora de ponerse delante de una cámara. Es muy triste y decepcionante comprobar que eso se está extinguiendo, que se está enterrando y sustituyendo para dejar paso a la dictadura de «lo que funciona», ese clásico lema del estancamiento patrocinado por la mediocridad más turbia, que lo que hace es crear en serie clones y copias. Algo se rompe en una civilización cuando no se pone empeño ni en emular, cuando el plagio se disfraza de inspiración, cuando deja de existir la noble intención de añadir sello propio o perfeccionar aquello de lo que nos nutrimos.
Canta de lejos cuando alguien siente y pone mimo por lo que hace y cuando únicamente busca llamar la atención a toda costa. No hay nada más ridículo que la provocación cuando no lleva sustancia, que el ruido cuando es padre de un silencio sin matices, que el desafío cuando, tras la efímera introducción del efectismo, se descubre como un perro famélico que busca con ladridos de desesperación que alguien le eche algo del pienso de su interés.
El problema, o la constatación de que tenemos agrietado el gusto, es que la audiencia soberana, soberanamente idiota, que tiene el poder de premiar o castigar lo que consume, no cesa de subir a los altares a los pelagatos más deplorables. Éstos, una vez aposentados en un trono al que han llegado sin merecerlo, se dedican a dar sermones absurdos de cosas que no controlan desde las atalayas de sus cifras, propagando con sus enormes altavoces discursos estúpidos e irresponsables que antes quedaban circunscritos a las plazas de los pueblos y que hoy viajan y se difunden con la rapidez innata con la que se mueven las sandeces. Hay una clara distorsión entre dos conceptos básicos: la fama y el prestigio. Hay que trabajar en que quede cristalino que, desgraciadamente, no van de la mano. Hay que romper ese bucle en el que los referentes son personas que opositan a la nada para luego pontificar sobre todo.
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