DE RABIA Y MIEL

Las cinco abuelas de Triana

Un mojón como el sombrero de un picador para Los Beatles. Las cinco abuelas de Triana viven, la lucha sigue

Subió al escenario del Altozano para cerrar la Velá de Santa Ana Loli Durán, una de las cinco señoras que se hicieron virales la semana pasada después de que las grabaran de vuelta a su casa, bien entrada la madrugada, cantando con sus amigas. ... Lo puro, lo improvisado, lo que sale de las barricas de la autenticidad, no tiene otro sino que el cautivar, que el birlar la emoción de los que no necesitan pensar mucho para detectar la magia de lo que mana limpio, libre de artificio y pretensiones. El arte, el de verdad, no se fabrica, brota. Le nace a los que, además de tener ese algo que no se compra, son capaces de entregarse al completo al abrazo enorme de los sentimientos. La pena, la rabia, el hambre, la angustia, el miedo, la duda, la melancolía, la ilusión, el amor, la alegría.

Y sí, es indudable que ellas iban felices de vuelta. Perdón, de recogida. Porque aquí no se vuelve, aquí nos recogemos. Porque recogerse no es irse, recogerse es emprender una ida hacia un final que se estira sin necesidad de tensarlo, que se prolonga con el noble deseo de que la brisa de la plenitud discurra un poquito más lenta antes de despedirse, para paladearla acaso un instante. La clave está en disfrutarla, en no querer retenerla, en no pensar que se irá, porque entonces se irá. Y ellas iban despacito, en formación, con sus vestidos estampados y sus bolsos.

Loli se arrancó, como si fuera consciente de que cantar es la manera que tenemos los humanos de aullarle a la luna. Todas se pararon. Su voz navegó por la penumbra de la calle, poniendo a tiritar a las farolas. Ahí no había trampa ni cartón, no existía más autotune que el eco rebotando en las paredes. Loli no estaba buscando nada de lo que ha pasado, ni fama ni likes, estaba arrancándose una necesidad; la de hacerle justicia al ratito de gloria que estaba viviendo, la de expresar con la garganta cómo le estaba latiendo el corazón. Por eso no creo que fuera casualidad la letrilla que entonó: «¿Qué no daría yo por empezar de nuevo? / Esta niña que llega tarde a casa». Porque Loli era niña de nuevo, una niña agarrada a los mangos de su andador, por sus quejíos galopaba la juventud de quien sabe que no hay edad para seguir deshojando la primavera, para fundirse en el fuego eterno de los veranos. La misma juventud que se desparramó en la sonrisa tierna de su amiga, que se giró hacia la pareja que filmaba la escena unos pasos atrás.

El sábado, delante de su barrio, agarró el micrófono nerviosa. Cuentan los que la subieron, que hace poco perdió a alguien, y que el Coro 'Entre dos ríos' se ha convertido en su refugio. Que si se habían tomado una copita, le preguntaron. Agua y papas fritas, dijo ella. También que estaba muy satisfecha, y que agradecía todas las cosas bonitas que le habían puesto, sobre todo le gustó que le dijeran que les recordaban a sus madres. Volvió a sacar su verdad. «Quisiera ser jardinera del jardín de tu sonrisa». Un mojón como el sombrero de un picador para Los Beatles. Las cinco abuelas de Triana viven, la lucha sigue.

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