SEVILLA AL DÍA
Il Cachorro
El Cachorro, esté donde esté, siempre sale del mismo sitio: del alma del que lo ve
Se fue El Cachorro hacia Roma, pero también se quedó en Sevilla. Reventaron las lágrimas de colores de la Feria el cielo y abrieron un capítulo nuevo de la historia de la ciudad que no sabe vivir sin soñar, que siempre guarda un farol, que ... no es tal, para achantar a la normalidad y hacerla levantarse airada de la partida de los días. Las ilusiones gobiernan nuestras jornadas. No es que siempre estemos inventando, es que no sabemos hacer otra cosa que crear confines bonitos que hagan justicia a nuestro contexto, que llenen de razones la sinrazón de figurar en un mundo chiquitito que se empeña en seguir conectado a la realidad por gusto más que por necesidad.
Se quedó El Cachorro en las bocas, en las conversaciones de los que saben que no hay mejor aliado para las resacas emocionales que vivir donde las lamentaciones sufren para llegar a fin de mes. Somos unos caseros déspotas para los inquilinos pejigueras de la oscuridad. Que les cambiemos el frigorífico, dicen, como si nos importara que se les echasen a perder los tres o cuatro marrones intrascendentes con los que nos quieren hacer cargar.
Con los cafés y las tostadas de la vuelta a la rutina, andaban los paisanos rumiando un nuevo enredo, refunfuñando lo que muchos catalogan de inaceptable afrenta a una de nuestras devociones de cabecera. Estamos también atados a las polémicas porque entendemos la porfía como una forma de defensa hacia lo nuestro. Y aunque hay veces, las más, que resultamos insufribles y quedamos como niñitos caprichosos y prepotentes, lo hacemos porque defender es querer. Ésta es una de las hermosas contradicciones de este rincón, una de esas que no se pilla desde fuera: No estamos contentos nunca con nada, aunque somos felices. Quizás es por eso; somos felices porque siempre intentamos llevar a la felicidad a otro escalón, porque tenemos tan adentro el gen de la perfección, que tratamos de limarla.
No obstante, este último debate de marras es tan nuestro como innecesario, tan irrelevante como absurdo, y demuestra un complejo mediocre que debemos tratar de extirpar. Si creemos que el hijo de Dios vio la luz en una covacha destartalada, qué más da de dónde salga El Cachorro, si, aunque saliera de un garaje seguiría siendo El Cachorro. Cabrearse por esto es no haber entendido nada, porque Él hace diferente todo lo que mira. No, amigos, no son los techos, son las pupilas que los acribillan. No es el cielo, son las pestañas redentoras que lo van a peinar. Y allí a dónde va, si de verdad merecen ese apellido de eternidad, lo comprenderán, y se arrodillarán al descubrir que ese gitano de la cava lleva dos coliseos en los que lucha la trascendencia en cada una de sus dos cuencas. El Cachorro, sevillanos, esté donde esté, siempre sale del mismo sitio: del alma del que lo ve.
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