SEVILLA AL DÍA
El barrio de la alegría
Estamos hechos de tempestades, cosidos por la aguja de la lealtad
En el barrio de la alegría se desperdiga un callejero sentimental por el que caminan los corazones que aguantaron con gallardía los asaltos criminales de la injusticia. A la risa plena se llega a través de los sinsabores. La gloria es un asiento reservado ... para los que viajaron en el suelo. Las cosas grandes siempre están compuestas de pequeños retazos de enormidad, que son los que arman los rompecabezas de los destinos condenados a la posteridad.
Los del barrio de la alegría no queremos tormentas que luego traigan calmas endebles, queremos aguaceros que nos transporten después a los jaleos de los domingos al sol. Estamos hechos de tempestades, de pesadillas que se combatían agarrándonos el corazón bordado del pecho, cosidos por la aguja de la lealtad. Queremos como quieren los locos porque sabemos que no hay nada más bonito y profundo que desear. Y nosotros a nuestro amor lo buscábamos incluso cuando nos arrastrábamos con el puñal de lo amargo clavado en la barriga, cuando naufragábamos por los océanos oscuros de la indiferencia.
En el barrio de la alegría jamás se fue la luz de la ilusión, siempre han lucido abarrotadas las plazas en las que nos manifestábamos contra la derrota, cantando que ese reino universal en el que vivimos va mucho más allá de lo material y lo numérico. Y lo hacíamos a cara descubierta, poniendo el pecho- con el tatuaje de esos barrotes que nos hacen libres- por delante, granjeándonos una fama de majaras sin remedio para los que no lo entendían y de conformistas para los que se sentían molestos al comprobar que alzábamos las bufandas hasta en las ciénagas más profundas, que en los filos de los precipicios no había vértigo ni caída que nos impidiera entonar las letras revolucionarias, las que disparaban a la contrariedad, las que derrotaban a la derrota.
Nosotros, que teñimos de verde los inviernos grises, que plantamos flores en las travesías en los desiertos, que le limpiamos la cartera a la decepción, sabíamos que llegaría este día en el que el dios de lo diferente, ese que también debe llevar las medias por los tobillos, nos devolvería lo sembrado. Este año la primavera llegó a un barrio que nunca la olvidó, que esperó con paciencia su venida. Y al arribar, dijo la muy zalamera: «Siempre estuve a vuestro lado, niños perdidos, en Llagostera y en Numancia. Pero, aunque no se me permite posicionarme, este año me he rendido».
Escribo esto sin nombrar al alcalde del barrio de mis entrañas -sobran los nombres cuando el alma tirita-, sin saber de qué lado caerá la moneda de la fortuna, si habrá puñal o gloria, pero con la tranquilidad y la certeza de que mañana, que ya será hoy, me levantaré de nuevo siendo ciudadano de ese barrio en el que el simple hecho de vivir ya es una victoria. De pequeño…
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