DE RABIA Y MIEL
Cuando aprendiste a montar en bici
Siempre nos hace falta alguien que nos empuje, que nos sostenga para luego dejarnos ir
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónDicen que por muchos años que pasen el montar en bici no se olvida. En realidad, nada de lo que se aprende en los días del amor, en las horas del cariño más puro, se desvanece. Y no es una cuestión mecánica, tampoco de memoria ... muscular, nada tiene que ver con el quedarse con la copla de la estabilidad. No hay anclaje más fuerte en el recuerdo que el de los momentos felices, es el clavo del abanico de las cabezas.
Cosas bonitas, así lo llama una que me quiere como si el mundo lo hubieran hecho para mí. Eso me dice cuando me ve apurado, cuando se cosca, porque siempre se cata, aunque yo no le diga nada, de que el carpintero del pesimismo me martillea el ánimo. 'Piensa en cosas bonitas', me susurra. Ese es el conjuro, el truco para hackear a la mente. Al miedo se le combate desde dentro. Y lo contrario del miedo es la risa. Ese cacareo celestial que hace que todo se disuelva, que achanta a los demonios.
¿Tenías miedo el primer día que saliste andando en bici? Quién sabe, puede que sí o puede que no. Ya no te acuerdas. Lo que no pierde la nitidez es el aroma del sol reconcentrado sobre el alquitrán de la carretera solitaria. Sucedió una tarde, como la que nacerá hoy, en una urbanización o un pueblo clavadito en la mano del dios de los orígenes. Papá, encomendándose a vete a saber qué instinto, a qué corazonada certera de los sentidos progenitores, decidió que ya estabas listo. Siempre nos hace falta alguien que nos empuje, que nos sostenga para luego dejarnos ir. Él le quitó los ruedines al cleto y te llevó a la calle. Te abrochó el casco, te tranquilizó, te dijo que estaba detrás, cubriéndote la espalda, pendiente de que no pasaran coches.
Montaste en ese caballo de hierro y él avanzaba contigo, con una mano en el sillín y la otra en tu camiseta, haciendo un gurruño con ella. Despacito te subrayaba el equilibrio. Mira al frente, mantén recto el manillar. Caías vencido hacia un lado, te tambaleabas desvirgando por segunda vez a la gravedad. Dabas con tus huesos en el suelo, y entonces comprendías sin comprender que esto no va de no darse guantazos, va de incorporarse y seguir pedaleando. De no rendirse, de no desanimarse. Y un trompazo, y otro, y otro. Te secaste las lágrimas, sorbiste los mocos. Raspones en las rodillas, magulladuras en las manos, marcas de una infancia feliz y plena. Un niño sin postillas no es un niño. Un niño sin postillas es un huevo sin yema, un cubata sin hielos, un zapato sin suela.
Cuando caía el sol, tres intentos antes de piraros a cenar, no sentiste como te soltó el nudo de la remera, como te lanzó con confianza al vacío. De repente, avanzabas solo, y únicamente te diste cuenta al llegar al final de la recta y ver que nadie te frenaba. Pusiste el pie en el suelo, y echaste la vista atrás. A lo lejos, estaba él, mirándote con los brazos en alto. Os partisteis los dos la caja. Mañana ya ensayaremos lo de girar. Ahora, cada vez que montas, tienes una mano invisible arrugando tu camiseta. Hay cosas que no se olvidan nunca.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete