Tribuna abierta
Leer poesía
Escribir poesía desde la autenticidad y no desde la moda exige al poeta toda una catarsis en la que liberar en forma de palabras una experiencia que arde en su interior
LA celebración de la Feria del Libro en los jardines de Murillo nos recuerda, entre otras muchas cosas, la diversidad que late en el fenómeno de la lectura. Hay diferentes clases de lectores según la naturaleza de los diferentes géneros que nos ofrece la creación ... literaria. El lector de novelas suele tener una mente discursiva; se complace en el desarrollo de las historias, en la construcción de un relato al que exige coherencia interna y ritmo narrativo. Si una de estas dos virtudes está ausente, abandonará el libro de inmediato. El lector de ensayos -una mente analítica- seguirá atento el discurrir del pensamiento con la precisión de un relojero. A quien le gusta el teatro ha de saber dar el salto que va desde la página impresa (texto dramático) a su puesta en escena (texto teatral). Por eso requiere más imaginación que los otros. Y está también el lector de poesía, en quien hay que suponer un orden de percepción de los textos especialmente singular, ya que la naturaleza del lenguaje poético es tan diferente a la de los demás géneros que cabría decir que, en cuanto a la lectura, el mundo se divide en dos grupos humanos: aquéllos que leen poesía y aquellos otros que no la leen.
En una ocasión alguien preguntó a Juan Ramón Jiménez quién era para él el poeta más alto de toda la historia. Y su respuesta fue de una inmediatez y una contundencia libre de toda duda: «Dios», contestó el moguereño, revelando así su visión del lenguaje poético como un lenguaje esencial, expresión de la potencia nominadora de quien poseía el privilegio de la palabra, de una palabra primigenia y auroral que al nombrar estaba creando el mundo, dando vida, como en los renglones del 'Génesis', a todo el espacio cósmico que abarcaba el verbo del Dios nominador, el 'Dios dijo' revelador de toda la existencia.
Esta visión trascendente de la poesía viene de lejos. La defendió Platón en sus diálogos y se extendió por la Europa del creciente humanismo de nuestro siglo XV, cuando el judío Juan Alfonso de Baena escribió que la poesía era «una gracia infusa del señor Dios», es decir, un don gratuito que la divinidad otorga a los verdaderos poetas. La formuló también Juan Ramón al distinguir entre poesía y literatura. Según el autor de 'Platero', la poesía sería «la expresión de lo inefable, de lo que no se puede decir», mientras que la literatura sería «la expresión de lo fable, de lo que se puede espresar, algo posible». Ya los místicos españoles se encontraron con el escollo del lenguaje para poder hablar de su experiencia personal de Dios. Y Bécquer se enfrentaría al «rebelde, mezquino idioma» que alicortaba sus pretensiones de expresar ese «himno gigante y extraño» que llevaba dentro.
La lectura sostenida de los poetas andaluces para el programa que comparto desde años atrás en Canal Sur Radio con Antonio García Barbeito me interpela una y otra vez sobre esa dimensión de la poesía como reveladora del mundo. A veces uno encuentra en ellos admirables hallazgos. De pronto ¡oh prodigio! una metáfora deslumbrante que ilumina y desvela lo real con una luz clarificadora y milagrosa. O una asombrosa intuición que se anticipa a cualquier indagación racional. Ese valor anticipatorio de la buena poesía, esa capacidad para llegar al fondo del enigma se desliza en una formulación lingüística sintética y precisa que trasciende la propia conciencia del poeta, quien pisa los umbrales de lo sacro. En ocasiones ese lenguaje brota de un modo imperativo y enervante. En otras, es el pensamiento el que lo encauza con su rigor formal.
Escribir poesía desde la autenticidad y no desde la moda exige al poeta toda una catarsis en la que liberar en forma de palabras una experiencia que arde en su interior y que se encauza en forma de poema. Pero su recepción exigirá también al lector un estado del espíritu acorde con la sacralidad del mensaje poético, una disposición anímica de altos vuelos que no se le pide a los lectores de otros géneros. Leer poesía: he aquí la forma más noble de ser ungido por la palabra en creación.
Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras