tribuna abierta
El aliento sagrado de la poesía de Carmelo Guillén
Si todo verdadero poeta es un vidente que nos descubre cauces nuevos por donde transitar nuestro espíritu, ese don se despliega en toda su virtualidad en la poesía mística, en el territorio de lo sagrado y de lo trascendente

En pleno siglo XV el judío Juan Alfonso de Baena, el recopilador del 'Cancionero' del mismo nombre, afirmaba que la poesía era «una gracia infusa del Señor Dios». Con estas palabras estaba proclamando la esencialidad del lenguaje poético, un cauce de expresión diferenciado, como quería ... Juan Ramón Jiménez, de la propia literatura. Para el poeta moguereño la literatura era «la expresión de lo fable», de aquello que se puede decir en su integridad, mientras que la poesía sería «la expresión de lo inefable», es decir, de aquello que por su propia condición y naturaleza no se puede decir del todo. La poesía, en efecto, no acierta a descifrar del todo el mundo de lo sagrado, que es su mundo; se acerca, pisa, al igual que el místico, sus umbrales, sugiere, insinúa, vislumbra, pero nunca podrá desvelar del todo sus claves
Tanto la definición de Baena como la de Juan Ramón apuntan a la función iluminadora del lenguaje poético, que tiene siempre algo de inesperada revelación del mundo, de deslumbrante sacralidad en su formulación más genuina, ya que en sus dominios las palabras remiten, como descubrió Cernuda, siendo niño, al leer por vez primera aquellas «cortas líneas de leve cadencia» de las rimas de Bécquer, a «algo distinto y misterioso» que no era otra cosa sino «el recuerdo de una vida anterior, vago e inconsistente».
Si todo verdadero poeta es un vidente que nos descubre cauces nuevos por donde transitar nuestro espíritu, ese don se despliega en toda su virtualidad en la poesía mística, en el territorio de lo sagrado y de lo trascendente, allá donde el salto hacia las más altas regiones del alma eleva al poeta a una dimensión nueva en la que el lenguaje se pliega a los requerimientos del Absoluto. La sacralidad de la poesía adquiere entonces su expresión más alta, su razón de ser más esencial.
Tal es el perfil del libro – 'Lo entenderás más tarde'- que acaba de publicar Carmelo Guillén, un excelente poeta sevillano que tiene tras de sí una larga y solvente trayectoria lírica vinculada a esa dimensión sacra del decir poético. Es un libro pleno de gozosos desahogos del espíritu, de inflamados mensajes de plenitud, de profundas experiencias de lo divino contados con un ritmo versal distendido y un lenguaje natural y al tiempo elegante, cercano y asequible, libre en su formulación personalísima, cálido y confidencial. Un libro, en suma, en el que el poeta se abre al lector con el gozo como su identidad más señera, que se funde con un Dios paternal ('Abba') que lo 'providencia', que lo 'diviniza', 'que lo 'predilecta' y que lo 'arrebata' en su órbita con el ímpetu de las cosas imbatibles: «Como un torno envolvente, / como un ansia continua por moverme en su órbita, / como cuando una ola no sólo nos alcanza / sino que nos arrolla en su giro y nos transporta a otra realidad, / así él me arrebata de continuo a sus cosas, / me predilecta, / fija dejarme en heredad los confines de la tierra / y orientarlo todo a mi favor, / a mí, su favorito, / aquél por quien existe cuanto ha sido creado».
No es un abandono quietista en las manos del Padre, sino un afrontar los retos de cada día – y también el dolor que sana - ungido por el efecto jubiloso de la gracia y la conciencia complaciente de la vida recibida como un don incluso en los momentos de las caídas: «En momentos así, tras vernos redimidos, / siempre nos viene bien asumir que es un don / lo que nos acontece./ En momentos así nadie debe dudar / de que están los milagros al alcance de todos , / del incrédulo incluso». El ansia de eternidad, que en poetas como Juan Ramón Jiménez se identifica con la pervivencia del nombrar poético, en Carmelo Guillén es una sed saciada por «todo el universo, que no cesa de amarme», un aliento de vida que presagia la dicha futura de los cuerpos gloriosos. Y como a Garcilaso en su decir amoroso, «escrita está en mi alma aquella viva imagen» del Dios trino, cuya palabra vivifica al poeta : «Me dejaré empapar por tu palabra,/ por tu mano que dora los trigales, / por la humildad con la que cala el tiempo / hasta hacer de mi vida otra distinta». Y en el poema 'Promesa', acordándose de Góngora, se sentirá fundido para siempre con los otros : «A cuantos sé que siempre he tenido a mi vera / - y nunca cuestioné que la vida iba en serio -, - / os prometo de entrada que seguiréis conmigo / allá donde repose, aunque sea transformado / en tierra, en humo, en polvo o en un cuerpo glorioso».
'Lo entenderás más tarde' es un gran libro dictado por un aliento espiritual que inunda la conciencia de su autor en conversación íntima con un Dios que ofrece al hombre todo lo creado en un gesto de amor infinito. Toda una muestra de la mejor poesía sacra de nuestro tiempo, un descubrir el alma sin reservas y un canto al compromiso cristiano en medio del desaliento del espíritu que tiñe de pesimismo nuestro mundo de hoy.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete