SEVILLA AL DÍA

La cámara del beso

Para Sonia Gaya, como en el caso del marido infiel pillado in fraganti durante un concierto de Coldplay, la culpa de su bajeza es del objetivo indiscreto

Esta semana ha dado la vuelta al mundo la 'pillada' a una pareja durante un concierto de Coldplay. En muchos espectáculos no sólo musicales se ha puesto de moda la 'kiss cam', una cámara que apunta al público y se detiene entre dos personas para ... que se besen. Una fórmula inocente de trasladar el show del escenario a las gradas pero que en el caso de Massachusetts ha servido para destapar una infidelidad. El tierra, trágame del hombre, con agachamiento incluido, y las manos de la mujer sobre su cara en un intento de hacerse invisible delataron a los amantes, él CEO de una empresa tecnológica y casado; ella, su jefa de recursos humanos y divorciada. La historia ha traspasado el terreno de lo viral e incluso se ha difundido en los periódicos y en los telediarios, se presupone el espacio donde se difunden las informaciones serias o simplemente donde lo anecdótico se eleva a categoría de noticia. Poner los cuernos es más antiguo que el hilo negro. Ninguna novedad por ahí. Hacerlo con un compañero, lo típico. Cometer una torpeza y que te descubra la pareja oficial, más que probable. Que te cojan in fraganti y lo sepa el planeta entero sí supone una extravagancia. Pero más lo ha sido el comunicado del marido desleal, que en su burdo 'cariño, no es lo que parece' ha matado al mensajero. Según el adúltero, la responsabilidad -culpa ya sabrá él si la siente o no- de que mantenga una relación extramatrimonial es de Coldplay por posar su cámara indiscreta en la acaramelada pareja. Además de infiel, un sinvergüenza.

Algo parecido ocurría en estos mismos días en el Ayuntamiento de Sevilla. La concejala socialista Sonia Gaya tampoco se guardó en demasía cuando tras un nuevo Pleno brusco masculló un «que se joda» hacia la bancada del equipo de gobierno que fue captado por las cámaras. La edil se regodeó en el insulto volviéndolo a repetir emulando al famoso «dientes, dientes» de la tonadillera. Gaya no sólo soltó esa vulgaridad, sino que la enfatizó con cara de orgullo. Sin embargo, como en el caso de la cana al aire del ceo nortemericano, para la socialista, el culpable de los exabruptos que salieron de su boca es el medio de comunicación que la sorprendió y publicó la grave falta de decoro que jamás debería cometer un servidor público. «La noticia es para leerla», carga contra el redactor en un acto aún más vil que el primero, el de no asumir su bajeza y cargar las tintas contra quien hace su trabajo. El de los periodistas debe ser el conseguir que los ciudadanos no sean los últimos en enterarse. Aunque Sonia Gaya y quienes la defienden no entiendan las reglas y se fastidien. Que se molesten, que se molesten.

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