TRIBUNA ABIERTA
Merecer la vida, eso es lo que quiero
Mis estudiantes me esperan cada día, ellos son la fuerza que me impulsa, me recuerdan todo lo que amo

No puedo dejar de tenerte pegada a mi alma, de sentirte conmigo, en medio de la noche más fría, en un mar profundo y negro, entre los restos de lo que fue tu casa destruida, temblando por tus hijos, implorando lágrimas que ya no te ... salen, sin odio, sin pena de ti misma, en medio del naufragio que es tu vida, sabiéndote sola, sin ayuda, sin voz. Ya no queda un presente para ti. Ya no tienes nada. Nada importas. Pero yo no puedo dejar atrás tu silencio.
Es otro día. La luz de esta mañana era de un azul limpio, hermoso, sereno. El dolor del mundo me llega en esta luz bellísima, entre aquellos a los que amo, en mi hogar, en la vida que se me entrega, y siento una profunda herida en mí. Amando cuanto hago, celebrando la vida como debo, siento la obligación de no olvidar tu duelo; lucho por no perderme en esa niebla que se tragó al mundo, las ciudades que existieron, las sombras más temidas, el odio que vence entre sangre que clama sangre; no puedo mirar hacia otra parte aunque la vida se me entregue plena; ni dejar que los gritos de los ahogados ayer en el deseo de alcanzar una costa amable se hundan en el olvido para siempre, mientras miro el mar como un regalo; ni que tu hambre duela mientras yo me sacio sin esfuerzo; ni que tus gritos y lamentos se pierdan entre el ruido de mis calles, llenas de gente, de vida, de una alegría desmedida.
Mis estudiantes me esperan cada día, ellos son la fuerza que me impulsa, me recuerdan todo lo que amo: el deseo de vivir con todo, el placer de descubrir la esencia de esta vida, la belleza que te abraza, el arte, la emoción. En ellos puedo aspirar el mundo que anhelo, porque ellos construirán la vida que ahora surge. Es cuando pienso que nada está perdido, que podrán resistir, que lucharán con todo, que sus actitudes, sus valores, también sus miedos, serán el motor de la vida que no cesa. ¡Escuchen los gritos! -les pido- ¡Sientan la rabia, los golpes, la miseria y el daño de quienes no pueden más! Merezcan estos días aquí, en la universidad, mientras otros muchos se apagan en el olvido; prepárense para vivir, siendo conscientes de lo que cuesta, háganlo con todo lo que tienen, con todo su arsenal. Tengan hambre de vida, eso es más grande que el éxito profesional. Este es nuestro sagrado deber aunque parezca iluso, incluso, lejano para tantos como nosotros.
¿Cuándo cambió todo esto? ¿Cuándo dejamos nuestro verdadero poder en manos de los que detestaban la poesía? ¿Cuándo nos abandonamos al salvaje mundo competitivo para medrar por miserias? Hubo un tiempo en el que toda esa fuerza elevada se ponía al servicio de la vida, sin importar los premios; era cuando el mayor de nuestros logros era afectar a los que vendrían después, brindando lo conocido, anticipándonos a las preguntas que faltan por hacerle a este planeta, por el placer de crecer, de aprender, de ser.
El Santo Padre, nuestro Papa Francisco, interpelado sobre qué deberían de hacer los jóvenes universitarios, dijo: «que la líen». Que nuestros jóvenes la líen, que sean ellos los que rompan los viejos modos, que quiebren lo que ya no les sirve, que resurjan de este interregno, este espacio tierra de nadie, este vacío entre las reglas oxidadas y las que tendrán que imaginar. Este mundo agreste se muere y, mientras llega el nuevo, en esa bruma densamente gris-sangre, su lucha está contra los monstruos que acechan. ¿Cómo acompañarles -me digo-? ¿Cómo no dejarme la piel en esa lucha, aún viejo, un viejo que vive con todo?
No puedo vivir como si nada. No puedo pintar sin los negros más dolorosos de mi paleta, ni escribir en busca de la risa. Preparo las clases de este inicio de semestre en el curso y tengo conmigo todo el daño infligido, sé para quién lo hago. Es como si tuviera un porqué, sólido, real, cierto, que me inspira, que me ayuda a no caer rendido. Quiero que mi talento sirva al mundo, deseo con todas mis fuerzas que estas se pongan al servicio de la vida, de los que la aman, de los que la imploran. Solo quiero merecer tanta dicha a mi lado, siendo consciente del mundo en el que habito. Lucho cada día por no acostumbrarme a tanto sufrimiento. Si pierdo aquellos valores con los que crecía, ¿qué me quedará? Lo daría todo por ganar la esperanza de una sola voz. Todo. Todo cuanto soy, cuanto tengo. Daría todos los días que me restan por vivir, si con ello alimentara el hambre de vida en los rendidos. Para eso sirve mi talento, para eso sirve mi trabajo. Hundiría todo mi porvenir por salvar un sueño, porque sigo siendo deudor de mis promesas de niño. Juré amar el mundo, conquistar estrellas, dibujar planetas, salvar ahogados, arrastrarme por amor, escuchar las melodías que se concibieron para mí, rezar a mi manera, hablar con Dios como un hijo, mirándole a los ojos, sintiendo su inmensidad, dejándole sentir mi turbación. No temerle, saber que por mi boca también habla él.
No dejaré esta pelea hasta que me llegue un final para mí y este será homérico, definitivo, o no seré yo. Mientras, seguiré brindándome sin ser invitado, todas las excusas me servirán y celebraré los logros de todos mis expedicionarios, todos mis soldados-poetas, todos mis estudiantes, como el mayor de los honores recibidos.
No puedo vivir sin todo lo que significa vivir. Tantos años de felicidad, entre los gritos de los ausentes, los vencidos, los fracasados, los exiliados, los que emigraron, me permitieron abrazar la vida con todo mi ser, para agradecer cada instante que fue mío, para merecer todo eso como el mejor de los regalos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete