tribuna abierta

Expiración

Es posible que algún día muchos se aflijan ante el dolor de un ser humano que solo quería vivir entre los suyos, enamorarse, celebrar la vida

JUAN FLORES

Paco Pérez Valencia

Sevilla

No puedo imaginar mayor dolor que la expiración de un hijo para una madre, después de morir torturado, vejado, apaleado, frente a ella, impotente, deseando acompañarle en este instante, crucificado o destrozado por las bombas de quien tiene la fuerza. Ya no importa si fue ... en una cruz o en un edificio arrasado, si fue de nuevo en la Palestina quebrantada o en las frías llanuras de Ucrania; aquel joven rebelde, lleno de vida, sostuvo una pesada cruz hasta su ejecución o fue deportado a una cárcel lejana, sin juicio, sin misericordia; sería muerto con sus huesos quebrados, sediento, herido, con sarna, con hemorragias internas, con evidentes señales de martirio, ante los ojos de todo el mundo, contado por miles de evangelistas, a través de sus móviles, de las pantallas que iluminan el mundo. Ya no puede nadie decir que no lo sabía.

Celebramos estos días aquello por lo que nos distinguimos de otros muchos, la fe construida desde la convicción de un padre que nos reconforta a pesar del daño recibido en su hijo. Semana Santa, año tras año, nos lanzamos a la calle para recordar nuestro origen, nuestra fe nacida del dolor más cruento, solo sustentado por un amor inconmensurable. Pero ello no nos cambia. Seguimos ajenos a ese mundo que implora, a ese Cristo que de verdad exhala.

Celebramos la Pasión de Cristo como algo ahistórico, un teatro que nos cuenta la vida que se nos legó, lo hacemos sabiendo del dolor del mundo, con todos esos jóvenes que mueren entre escombros, de madres que lloran desoladas, impotentes, ante el daño a sus hijos, sin ninguna posibilidad para atenuarles su dolor. Nos preocupan las lluvias en casa, que impedirán las salidas procesionales, no tanto la de las bombas racimos que se expanden en barriadas como las nuestras, pero lejos. Nos incomodamos con carteles que anuncian la Semana de Pasión, con estériles y ridículos debates, y no de las imágenes furtivas que nos llegan de muchachos quemados, heridos sin llanto, expirando ante nosotros. Esa debería ser la verdadera Semana Santa, la de los que mueren atrozmente porque viven. No hay otra respuesta a tanta inquina. Es posible que algún día muchos se aflijan ante el dolor de un ser humano que solo quería vivir entre los suyos, enamorarse, celebrar la vida. Un ser humano capaz de aceptar su final por amor a algo poderoso, tanto como un padre.

Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? Este joven morirá sin saber por qué y todos nosotros veremos su agonía como un espectáculo antiguo, uno más, entre las ruinas de un mundo que no se merece mejores gobernantes que los que vota. Algún día, los hijos de mi hijo me preguntarán (como yo lo hice con mi abuelo), por qué aceptamos tanto daño, cómo no se pudo hacer nada por aquél que murió en la cruz, ante los ojos de todos y si toda aquella agonía sirvió de algo.

Hoy todos los ojos miran al cielo. De nada servirán todos los muertos de ayer, ahogados, por hambre, heridos de metralla, quemados vivos, de hipotermia, de desidia, frente a sus madres que lloran puñales sin lágrimas. Nos daremos golpes en el pecho para seguir después con nuestras ocupaciones. Bastaba con encender una pantalla y ver los ojos de Cristo que nos miran ya inertes, porque nadie atendió sus súplicas antes de morir en aquel Calvario.

La Semana Santa no se vive aquí, en nuestras ciudades colmadas de miseria, sino en cualquier lugar en el que otro sufre. Jesús llegará en patera y le negaremos la entrada; gritará desde un agujero sin que nadie pueda escucharle en la superficie de lo que fue un edificio, ahora polvo de escombros; le raparán el pelo antes de entrar en una cámara fría para no ver la luz del sol más que un instante; seguirá esperando entre sus captores a regresar a una casa que ya jamás reconocerá; mientras la vida continúa, los placeres nos acompañan y los problemas son distintos. ¡Si al menos supiéramos sentir en todo esto al que de verdad implora ser oído! ¡Si pudiéramos acompañar al que de verdad muere por nosotros!

Todos ellos somos nosotros. No lo sabemos todavía, pero algún día seremos nosotros, nuestros hijos, nuestras madres y en otra parte celebrarán una Pasión desconocida, ajena, salvo que la sientan propia. Feliz Semana Santa.

SOBRE EL AUTOR
Paco pérez valencia

Profesor de la Universidad Loyola

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Bienal
Dos años por 19,99€
220€ 19,99€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
3 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 3 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios