Tribuna Abierta
Gaudí, camino de los altares
Conocido por su dedicación a la contemplación, Gaudí siempre consideró sus aportes artísticos como un servicio a la Iglesia católica

Uno de los últimos servicios ofrecidos a la Iglesia española por el papa Francisco antes de morir ha sido la reciente firma del decreto por el que se reconocen las virtudes heroicas del arquitecto catalán Antoni Gaudí, que ha sido declarado «Venerable» el pasado 14 ... de abril, como trámite previo a su beatificación y quién sabe si a su posible santificación futura. Un proceso que comenzó hace un cuarto de siglo, cuando la Santa Sede a través del Dicasterio de las Causas de los Santos, incoó expediente para su causa de beatificación a instancias de la Asociación Canónica Pro Canonización de Antoni Gaudí y de los obispos catalanes, tras recoger estos, durante ocho años, los documentos y testimonios necesarios para justificar una propuesta que, por sorprendente que parezca, viene a hacer justicia a un arquitecto inigualable en la historia contemporánea de España, con una vida y obra plagada de la más alta espiritualidad.
El conocido como «Arquitecto de Dios» destacó por una vida cristiana consecuente con su fe y por un legado artístico donde tendió puentes de unión entre la temporalidad mundana y la atemporalidad trascendente de la otra vida, primando en sus características arquitectónicas la búsqueda incesante de la belleza suprema como medio para alcanzar en sus obras el esplendor divino. Fuertemente atraído por la contemplación de la naturaleza desde su juventud más temprana y cercano al ideal de San Francisco de Asís, el legado artístico de Gaudí, reconocible en obras emblemáticas como la Sagrada Familia, la Pedrera, la Casa Batlló o el parque Güell, todos en Barcelona, el Palacio Episcopal de Astorga o el Capricho, en la localidad cántabra de Comillas, entre otras, testimonian cómo la fe y la creatividad llegan a fusionarse en la búsqueda de la perfección. Todo un cántico a la espiritualidad arraigada en el alma del arquitecto, donde la naturaleza, como medio de unión con Dios, lo impregnó absolutamente todo.
Conocido por su dedicación a la contemplación, Gaudí siempre consideró sus aportes artísticos como un servicio a la Iglesia católica, buscando a través sus formas arquitectónicas, tan reconocibles como imposibles, reflejar en sus trabajos la excelsitud más sacra mediante la utilización de elementos funcionales, estructurales y decorativos que evocaban la armonía y el encanto mismo de la creación natural.
Hombre de hondas convicciones cristianas y genio universal de la arquitectura modernista española, Gaudí ofreció a través de su obra un testimonio místico de vida cristiana que ahora le reconoce el Vaticano, a sabiendas de la importancia de la hermosura de la contemplación arquitectónica para que los fieles acerquen sus almas hacia lo alto. Nunca hasta este momento un arquitecto había sido declarado «Venerable siervo de Dios», ese Dios a quien el artista catalán tenía por cliente predilecto.
Insistiendo en la necesidad de no hacer nada que no fuera eterno, Gaudí nos regaló con La Sagrada Familia lo mejor de su arte. Un templo tan rupturista como icónico, que se ha convertido en todo un camino de contemplación repleto de elementos inspiradores, con un lenguaje arquitectónico absolutamente sagrado que bebe en muchos de sus motivos de la espiritualidad de Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz, pero sobre todo de una naturaleza que crece y se eleva al dictado mismo de Dios. Así, tomando como referencia el crecimiento natural de plantas y árboles, nos legó una iglesia orgánicamente viva, que parece elevarse desde el mismo suelo a partir de unas robustas raíces asentadas en la inspiración y en la propia creación divina.
Cuando se cumple casi el centenario de la muerte del genio catalán en 1926, el reciente decreto aprobado por el Papa Francisco viene a poner en valor la ancestral influencia cristiana en la arquitectura religiosa occidental, actualizando la importancia que sigue teniendo la fe como fuente de inspiración, innovación y creatividad para el lenguaje artístico más vanguardista. Por encima de otras obras, la Sagrada Familia, toda una Biblia en piedra, viene a proyectar a Gaudí no solo como un talento admirable que supo cómo nadie combinar estilos arquitectónicos tan diversos como el gótico o el modernista, sino como un cristiano convencido que integró de manera magistral la fe con la geometría más atrevida, conectando la devoción personal con la belleza estructural y uniendo simbólicamente el suelo con el cielo en el deseo último de servir a Dios a través de una de las tres artes mayores: la arquitectura.
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