TRIBUNA ABIERTA
Vendetta
La identificación de la movilidad laboral con el atractivo profesional es un fenómeno bastante reciente
Miguel Ángel Robles
Me enseña un amigo el CV de un candidato cuya incorporación está valorando. «Tiene buena, pinta, ¿no?», me dice. Y para confirmar su diagnóstico, añade: «Ha estado en muchos sitios». Le echo un vistazo al papel que me acerca, y le comento: «Yo no lo ... ficharía». «¿Y eso?», me pregunta extrañado. Le respondo: «Porque nunca ha durado más de un año en ninguna parte. Incluso si es porque se lo rifan, demuestra poco apego por ningún proyecto. Pero lo más probable es que tanto movimiento tenga que ver con que no haya cuajado realmente en esas empresas. Y en cualquier caso, haz memoria y piensa bien si alguna vez ha aportado algo a tu negocio alguien que se ha ido en menos de un año».
Soy consciente de que esta opinión es contracultural. El espíritu de los tiempos reconoce, alienta y promueve el cambio y el consumo de nuevas experiencias. Y la movilidad profesional es la manifestación laboral de este fervor, que conecta el capital profesional de una persona con el número de empresas en las que ha estado. Siendo bien pensado, a mí lo único que me dice un CV con continuos cambios laborales es la extraña insensatez de un mercado que facilita el salto a otra organización a quien poco o nada ha contribuido en la suya por la muy elemental y sencilla razón de que no ha tenido tiempo para ello. Mientras, el trabajador esforzado, leal y competente que decide cambiar de aires cuando efectivamente su proyecto se ha agotado puede encontrarse con la injusticia de que lo adelante por la derecha el picaflor que no ha sido capaz de terminar nunca nada.
La identificación de la movilidad laboral con el atractivo profesional, tan arraigada como acríticamente asumida por las políticas de recursos humanos actuales, es un fenómeno bastante reciente. De hecho, hace no tantas generaciones, lo que valoraban las empresas era justamente lo contrario. En todas las grandes corporaciones se celebraban los aniversarios señalados de sus trabajadores más veteranos. A los diez, a los quince, a los veinte, a los veinticinco años, algunas organizaciones tenían detalles especiales con sus empleados más leales. No era nada raro que un profesional empezara y acabara su carrera con la misma firma. Y por supuesto los currículos más apreciados eran los de aquellos que se abrían a un cambio profesional por alguna circunstancia concreta después de haber permanecido mucho tiempo en una misma compañía. La duración, lejos de ser una desventaja, era un sinónimo de seriedad. Y la movilidad, lejos de ser un activo, era vista con sospecha. Alguien que cambiaba tanto de trabajo sencillamente no podía ser ni fiable ni competente. Quizás es que había tenido mala suerte. Pero en ningún caso era un punto a favor.
Esa transmutación no se ha producido sólo en el territorio profesional. La movilidad está reconocida y premiada en todos los órdenes de la vida, también en los personales. Y el caso más evidente es el de las relaciones íntimas. Eva Illouz, la autora que mejor ha descrito la transformación del amor en los tiempos modernos, acierta de pleno cuando señala que el atractivo personal de una persona —su capital erótico, lo llama ella— se relaciona hoy directamente con la cantidad de experiencias sexuales acumuladas. Una gran experiencia sexual, en términos de cantidad, representa una fuente de valor erótico para la persona. El hombre que ha tenido muchas relaciones sexuales con otras mujeres resulta mucho más deseable que el que ha permanecido fiel a una sola mujer. Y viceversa. Obviamente, vuelve a tratarse de una transmutación profunda, pues no hace tanto que lo que se buscaba en un hombre y una mujer era justamente lo contrario, y la fidelidad era un rasgo de carácter que cotizaba a la persona, también eróticamente, haciéndola más deseable.
Pero es que hay autores que llegan incluso a conectar el valor erótico con el profesional, viendo en el éxito sexual (entendido como acumulación) un síntoma, una causa y una consecuencia (todo a la vez) del éxito laboral. El hombre (y la mujer) que triunfa en la cama es el mismo que triunfa en los despachos gracias a una autoconfianza retroalimentada. Dicho de otro modo, la generación de valor que se produce en el/la triunfollador/a no opera exclusivamente en el plano sexual, sino que se transfiere y extiende al resto de territorios de su vida, de modo que no sólo le sirve para tener más sexo, sino para hacerlo más interesante en todos los órdenes, también los profesionales.
La variación, en suma, aporta valor a la persona en la sociedad actual. Valor integral. El prestigio y el reconocimiento social ya no están en la duración, la estabilidad y el cumplimiento de los compromisos, sino muy contrariamente en la agitación, la movilidad y la acumulación de nuevas experiencias. Así que yo, personalmente, lo tengo crudo: tras más de veinticinco años en la misma empresa y casi treinta con la misma mujer, mi capital profesional y erótico está por los suelos. Eso sí, me queda el consuelo de saber que mi amigo puso el CV a la cola del montón. Ha sido mi modesta vendetta.
Periodista y consultor
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