TRIBUNA ABIERTA
Relaciones duraderas
No profeso el culto a la mudanza continua de la sociedad actual, tan conveniente para algunos intereses económicos
Este año haré veinticinco años de trabajo junto a algunos de mis socios. Con todos llevo más de veinte. Así que la nuestra podría calificarse como una relación estable. Mi relación de pareja también lo es. O lo ha sido hasta ahora: toco madera. La ... mujer de mi vida lo es desde el año 1993. Siete años después, nos casamos. Y diez y catorce años después, nacieron nuestros dos hijos, que ahora tienen diecinueve y quince. Aunque el mayor estudia fuera y el pequeño está en plena adolescencia, creo que podría decirse que las relaciones siguen en su sitio, claro que eso lo tendrían que corroborar ellos. Por mi parte, solo puedo atestiguar que a mí me gustan aun más que cuando eran pequeños. Mirarlos es admirarlos y esa es la mayor suerte de mi vida.
Este próximo julio cumpliré cincuenta años, y obviamente la relación con mis hermanos supera en extensión a todas las anteriores. Me consta que hay familias en las que los hermanos no se soportan o lo hacen con dificultad. No es ese mi caso afortunadamente, y, nos veamos más o menos, pienso que los cinco conservamos intacta la certeza de tenernos los unos a los otros para todo lo que se tercie. Por suerte también, puedo decir con orgullo, como con orgullo he escrito todo lo anterior, que tengo amistades que son casi tan viejas como yo, y que por tanto van camino del medio siglo, dicho sea sin menoscabo de las que, siendo más recientes, me hacen también muy dichoso.
La evolución de las amistades es cosa ardua, incierta y en gran medida caprichosa, pues son muchos los factores que pueden favorecerla o perjudicarla más allá del carácter y del deseo de los propios interesados. De mis años en el colegio guardo buenos amigos, algunos muy estrechos y otros menos, pero que intuyo podrían serlo más si la vida nos hubiera conducido por caminos más cercanos. Y lo sospecho porque cada vez que nos encontramos es como si el tiempo no hubiera pasado entre nosotros. Como la fortuna es tarambana, a alguno lo he recuperado después de haber estado años sin hablarnos, algo que lamento mucho, aunque más lamento el caso de algún otro antiguo compañero con el que, sin querer, perdí la relación y ya no podré retomarla. En cualquier caso, el tiempo es limitado y las amistades también, y de lo que sí me siento satisfecho es de no haber roto ninguna.
Con quienes fueron mis amigos en la infancia o después en la universidad, y con los que llegaron más tarde a lo largo de la vida, puedo conservar una relación más o menos intensa y afectiva, pero de todos guardo un grato recuerdo que estimo es recíproco y, si no lo es, no soy consciente, y además prefiero no serlo. No he hecho enemigos entre mis amigos y no me puedo equivocar en esa afirmación, porque, para la enemistad auténtica, como para el amor verdadero, se necesita a dos personas y con una sola no basta. A veces en la amistad nos precipitamos y yo también lo he hecho, pero cuando así ha ocurrido, y me he dado cuenta, he tratado de distanciarme de la forma más discreta y suave posible, huyendo del enfrentamiento como de la peste.
Quien haya tenido la paciencia de llegar hasta aquí a lo mejor está pensando ahora mismo que menudo peñazo de vida la mía, tan previsible y rutinaria. Y probablemente lleve razón, aunque, en mi defensa, diré que tampoco es que el cambio haya estado ausente de ella. Es cierto que llevo muchos años con los mismos socios, pero en una profesión como la nuestra, los clientes van y vienen, y, aunque hay muchos que nos honran con una fidelidad de largo recorrido, cada año es una aventura diferente. Igualmente, desde que me independicé no he vivido con ningún otro adulto más que mi mujer, una costumbre en la que tengo intención de perseverar, pero ambos hemos cambiado cuatro veces de vivienda y de barrio, lo que nos ha permitido constatar que el hogar lo hacen las personas. Finalmente, como ya he dicho, y aunque conservo mis amigos de siempre, o eso intento, cada año me depara habitualmente la fortuna de conocer gente nueva.
No profeso el culto a la mudanza continua de la sociedad actual, tan conveniente para algunos intereses económicos, pero si he contado todo lo anterior no es tanto para despreciar o relativizar el interés de la novedad en nuestras vidas, que sí lo tiene y en ciertas dosis es imprescindible y estimulante, como para reivindicar el valor de la lealtad y la constancia, que también lo tiene, aunque hoy no se reconozca. Gracián sí supo verlo y, en defensa de las relaciones duraderas, escribió que «más importante que mantener las posesiones es saber conservar y retener a las personas que valoramos» y también que «todo lo que huele a traición contamina el buen nombre». Ambas cosas las suscribo. Y sobre todo estoy con Cicerón cuando dice que nada hay más deseable ni hermoso que «alcanzar la meta con las mismas personas con las que iniciamos la carrera». A eso me apunto, desde luego, aun si, por esa razón, no llegamos los primeros. No creo que la felicidad esté en los resultados, sino en el proceso. Y, por ello, la compañía en el camino es lo único que realmente me importa.
Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras