el placer es mío
Mamá, quiero ser funcionario
Gobierne quien gobierne, lo que pueden constatar nuestros jóvenes de forma empírica es que todo son ventajas por ser un empleado de la Junta
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Iniciar sesiónNo hace mucho este periódico publicaba el resultado de un estudio que concluía que los jóvenes andaluces, de forma mayoritaria, quieren ser funcionarios. Es también, siendo honestos, lo que queremos los padres para ellos. Qué se va a desear para un hijo sino lo mejor. ... Y lo mejor, hoy por hoy, en toda España, es tener un empleo público. Que no es sólo sinónimo de mayor seguridad laboral, sino de más vacaciones, menos horas semanales de trabajo y más permisos y oportunidades de conciliación. Y también de un sueldo medio más alto. Todo eso no son juicios de valor: son datos.
Cuando salen este tipo de encuestas, nos lamentamos. Pero la realidad es que entre el empleado público y el que no lo es (el trabajador del sector privado y el autónomo o pequeño empresario) se ha abierto una brecha de privilegios que todos los partidos políticos con responsabilidades de gobierno acaban incrementando, incluso los que se suponen que representan una ideología más liberal y proclive al estímulo del sector productivo. El caso de Andalucía es representativo. Gobierne quien gobierne, lo que pueden constatar nuestros jóvenes de forma empírica, legislatura tras legislatura, es que todo son ventajas por ser un empleado de la Junta.
Yolanda Díaz no ha logrado sacar adelante su reducción de jornada laboral para todos los trabajadores, pero en nuestra Comunidad los empleados de la administración autonómica disfrutan de ella desde que Susana Díaz la pusiera en marcha. En realidad, se benefician de una disminución mayor: no 37,5 horas, sino 35 horas semanales. Por supuesto, el PP no ha hecho nada por discutir semejante arbitrariedad, como tampoco ha osado cuestionar otras prerrogativas de los empleados públicos de las que difícilmente se benefician los privados. Muy al contrario, lejos de discutir dispensas, ha puesto en marcha un proyecto de decreto gracias al cual los funcionarios van a tener derecho a trabajar en casa, no uno, sino dos días por semana: viva la conciliación… del empleado público.
Miren ustedes, yo no quiero ser mal pensado, pero este verano ha resultado muy sospechoso ver cómo se llenaban las playas a partir del jueves. O los hábitos vacacionales están cambiando mucho o había tela de gente teletrabajando los últimos días de la semana debajo de una sombrilla. No sé. A lo mejor eran del sector privado. En cualquier caso, da igual. Supongamos que todos esos funcionarios excusados de la presencialidad son fervorosos servidores públicos que jamás dejarían el ordenador encendido mientras se dedican a otros menesteres, ni echarían un minuto de menos de su jornada. Qué va a preferir cualquier joven con ojos para ver, oídos para escuchar y un poco de raciocinio para pensar: ser como ésos que en julio y agosto pueden teletrabajar casi la mitad de los días de la semana desde la playa, o como el pringado del negocio de la esquina que apenas puede echar la persiana de la tienda unos días en verano porque, si no se aplica a la faena, no entra dinero en casa.
Es verdad que el discurso sobre la empresa es mucho más favorable desde la derecha. Pero en la práctica, a la hora de la verdad, lo que el Gobierno de turno siempre alienta y premia no es ser emprendedor, sino ser funcionario. Sólo voy a poner un ejemplo, que es menudo, pero también muy sintomático de cómo las administraciones maltratan a autónomos y microempresas, friéndolos con obligaciones administrativas insoportables y bajo la amenaza además de sanciones abusivas. Me refiero a las encuestas oficiales. A veces pueden llegar a una pyme hasta tres o cuatro mensuales de distintos organismos públicos. Encuestas y también protocolos y planes y registros que hay que rellenar por co…acción punitiva, dedicando tiempo o dinero improductivo.
Quién va a querer ser autónomo/emprendedor en España y exponerse no sólo a una vida cautiva de clientes cada vez más acostumbrados a servicios 24/7, sino presa de cargas burocráticas, tan obligatorias como prescindibles, que los dirigentes públicos imponen, como si en lugar de estar ellos al servicio de las empresas, las empresas estuvieran al suyo. Cargas que, unidas a los impuestos, acaban creando en el autónomo y/o pequeño empresario la sensación de que tiene que trabajar doblemente: para sus clientes y para esa administración que hace política con su tiempo, dinero y sacrificio… y que, con el esfuerzo ajeno, se permite además conceder a los empleados públicos ventajas que él no puede igualar sin arriesgar su negocio, convirtiéndolo delante de sus trabajadores en un ogro explotador.
Había un viejo reclamo comercial que decía «yo no soy tonto». Cada vez que se anuncia una nueva prerrogativa para los funcionarios, a los autónomos se les queda una cara de estúpidos (y de cabreo) que apenas pueden ya disimular. Y los jóvenes andaluces, que de tontos no tienen un pelo, cuando se les encuesta, lo que proclaman es lo de ese eslogan, cuya traducción en materia laboral es que quieren un empleo público. Naturalmente. Ni que fueran gilipollas.
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