EL PLACER ES MÍO
La cristalización de la Semana Santa
No hay más que salir a la calle para darse cuenta de que la Semana Santa les pertenece sobre todo a los jóvenes
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Iniciar sesiónHace ya años que acabó la Semana Santa con la determinación de pasar la siguiente descansando y completamente ajeno a las procesiones. Pero luego me olvido. Llega una nueva Cuaresma, me ilusiono y nunca soy capaz de hacer efectiva esa decisión inicial: la imaginación se ... impone obcecadamente a la realidad, y el recuerdo idealizado de lo que fue para mí la Semana Santa me empuja de nuevo a la calle, ansioso de reencontrarme con ese sueño. Desgraciadamente, en vano. La imagen recreada no existe y sufre el cruel desmentido de lo que observo.
La tentación es decir que la Semana Santa ya no es lo que era. Y efectivamente creo que no lo es. Si soy honesto con lo que pienso, debo reconocer que me disgusta en lo que se está convirtiendo. Los aforamientos, las sillitas, la intransigencia del público en los cruces y aun la de los propios nazarenos, los cortejos interminables que se cuentan por millares, la manía obsesiva de grabarlo todo con el móvil… todas esas nuevas tendencias, por llamarlas de algún modo, me resultan completamente disuasorias. Por otra parte, cuando hablo con las personas que están dentro de las hermandades, a todas les parecen poco menos que irreversibles.
De la limitación del número de nazarenos, no quieren ni oír hablar, pues la consideran incompatible con sus fines. Y una cosa llama la otra. El tiempo inaguantable de tránsito de la cofradía conduce a que las personas esperen sentadas. Y como aguardan sentadas, incluso mucho tiempo antes de que pase la cruz de guía, la movilidad es cada vez más difícil y además causa una manifiesta hostilidad. Hasta el punto de que la falta de respeto y educación es atribuida a quien pide permiso para cruzar, y no a quien se atrinchera en su espacio conquistado.
A esta Semana Santa me cuesta, por esas y otras razones, hallarle el parecido a aquella de la que me enamoré de joven. O más exacto sería decir que no le encuentro similitud con aquella que mi imaginación reconstruye. Que tal vez no fuera tan maravillosa como la recuerdo. Y quizás el quid de la cuestión sea ese. Que la pasión por su fiesta grande del sevillano que ronda los cuarenta/cincuenta se parece demasiado a ese espejismo amoroso que Stendhal describía con el nombre de cristalización, y que consiste en la atribución de perfecciones inexistentes al objeto amado.
Puede ser, en definitiva, que el problema de los sevillanos de cierta edad con la Semana Santa es que perseguimos una quimera. Amamos una celebración romantizada por nuestra memoria que probablemente nunca existió. Y que en cualquier caso ya no existe ni volverá. Y por eso cuando afirmamos que la Semana Santa se ha degradado, o se está degradando, acertamos y, al mismo tiempo, nos equivocamos. Decimos la verdad porque somos sinceros. Pero erramos porque seguramente nuestros mayores pensaron algo parecido y porque además nuestro tiempo ha pasado. No hay más que salir a la calle para darse cuenta de que estos días les pertenecen sobre todo a los jóvenes.
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