El placer es mío
Bendito apagón
Qué melodioso espectáculo el de las conversaciones que llegaban a través de las ventanas abiertas en la noche del apagón
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Iniciar sesiónEl lunes por la noche, durante el apagón, cenábamos en casa con una extraña sensación de bienestar que no sabíamos muy bien a qué atribuir. Apenas pasaban coches y teníamos las ventanas abiertas, pero el silencio no era ni mucho menos absoluto. Tenía más bien ... la forma de un agradable rumor que proporcionaba compañía. Y entonces mi mujer cayó en la cuenta. Lo que sucedía, aquello que le daba a la atmósfera esa rara placidez, es que llegaba el eco de las conversaciones de las viviendas de enfrente. A falta de otras distracciones, la gente… ¡se había puesto a hablar!
Nos asomamos y lo que contemplamos fue una suerte de prodigio. Algunos vecinos, con las ventanas también abiertas, cenaban como nosotros y charlaban animadamente. De vez en cuando se oían risas, sobre todo de los jóvenes que viven en la casa contigua a la nuestra. Otros simplemente disfrutaban del fresco en el balcón, cosa que casi nunca sucede, e incluso entablaban diálogos afectuosos con sus vecinos. Por la calle, pasaban también algunos transeúntes que contribuían al agradable murmullo con conversaciones alegres pero no ruidosas. Muchos de ellos venían de bares cercanos: todos llenos de gente celebrando la vida sin mirar el wasap.
Quizás estas líneas puedan parecer frívolas a quien tuviera esa noche un familiar ingresado en un hospital, o a quien no pudiera regresar a casa por el parón de los trenes, o a quien hubiera tenido que coger un vuelo y no pudo viajar, o a quien la desconexión eléctrica le supuso un trastorno empresarial de primer orden. Por supuesto, el apagón puso de manifiesto la extrema vulnerabilidad de esta sociedad tan digitalizada (y nuestra penosa excepción ibérica). Afortunadamente, demostró también, sin embargo, que, aquí en el sur de Europa, no hemos olvidado del todo el arte de vivir.
El periodista Juan Carlos Blanco ha escrito un ensayo ('La tiranía de las naciones pantalla', Akal), que tengo aún pendiente de lectura, en el que reflexiona sobre los daños causados por la dependencia digital. Uno de ellos es, en mi opinión, la soledad. Internet ha aliviado la falta de compañía de las personas mayores. Sin embargo, en general, ha causado más daño que beneficio a la comunicación interpersonal. Y ha promovido, mucho más que atenuado, el aislamiento. En los países avanzados, el número de personas que viven solas crece como resultado del envejecimiento, pero no únicamente por esa causa: también porque se separan más, y cada vez antes, y porque eligen vivir sin compañía (o con la de una mascota). Las pantallas han convertido la soledad en preferencia.
Anteanoche pensé que, sin Internet, sin móvil y sin televisión, se recuperarían muchas conversaciones dentro de casa. Y que quizás, con ellas de vuelta, tendríamos más ganas de vivir otra vez acompañados. Qué melodioso espectáculo el de los sonidos de las palabras lejanas que llegaban a través de las ventanas abiertas en la noche del apagón.
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