SEVILLA AL DÍA
La medalla de Maruja
Este reconocimiento de la ciudad es un acto de justicia a una mujer pionera en lo social, lo educativo y la igualdad en las cofradías
SEVILLA es una ciudad esquiva para reconocer en vida la dedicación de esos ciudadanos que se parten la cara por ella. Siempre –salvo contadas excepciones– llegamos tarde para homenajear a quienes ofrecen su tiempo sin pedir nada a cambio, haciendo cierto aquello de que «la ... muerte dignifica» como lema de autojustificación de un olvido que no tiene argumento alguno. Por eso, ahora que el Ayuntamiento de Sevilla ha dado a conocer el listado de las personas y entidades que serán reconocidas con la Medalla de la Ciudad, es de justicia aplaudir la decisión de galardonar a una sevillana que es ejemplo de entrega y servicio en las aventuras a las que se ha enfrentado, siempre con una sonrisa, a lo largo de sus más de ocho décadas de vida.
La medalla de Sevilla para Maruja Vilches es un gesto de justicia. Conozco a muy pocas personas que hayan acumulado una lista tan interminable de méritos para lucir en su pecho el escudo de esa ciudad por la que se ha dejado la piel y a la que jamás le ha vuelto la cara por muy dura que haya sido la bofetada. Siempre poniendo la otra mejilla. Seguramente por pertenecer a esa generación de hierro y de genética envidiable a la que nunca le fallan las fuerzas. Salió adelante en una época en la que las mujeres vivían condenadas a asumir un papel secundario en la sociedad, a lo que plantó cara con su deseo de formarse. Lo demostró en su etapa como educadora, enseñando valores humanos a los sevillanos del mañana en sus destinos profesionales, siendo ejemplo de que la vida es una oportunidad que pone Dios en el camino para ser mejores personas. Lo saben bien los niños que pasaron por su guardería de Doña María Coronel o por los colegios de la capital y la provincia donde ejerció.
Maruja sabe que no hay nada que la constancia no pueda alcanzar. Lo demostró cuando se empeñó en que las mujeres tuvieran los mismos derechos que los hombres en las cofradías, cuando fue de las primeras en vestir su túnica de nazarena o tomó entre sus manos esa vara dorada de la hermandad de los Javieres con la que derribó para siempre los complejos de la igualdad. Lo volvió a demostrar cuando se convirtió en una pieza clave para fortalecer el compromiso social del Consejo de Cofradías, tomando las riendas del Proyecto Fraternitas y colocando en el mapa las necesidades reales de un Polígono Sur que entendimos como una tarea compartida. Allí sigue peleando cada día por lo que cree.
Maruja será siempre un ejemplo para quienes la queremos y admiramos. También en su papel de madre, abuela y esposa, por esos años en los que se entregó como cirineo a la enfermedad del recordado Pepe Márquez, su marido. Ahí tampoco se borró de su cara esa sonrisa con la que hoy nos sigue abrazando. Por eso, toda Sevilla estarán en las manos del alcalde cuando este 30 de mayo cuelgue en su pecho esa medalla con la que le devolveremos tanto amor y tanta vida como nos ha regalado.
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