puntadas sin hilo
Pásalo
Aquellas elecciones nunca debieron celebrarse. A Aznar le faltó valor para adoptar una decisión que estaba justificada. Tenía 192 buenas razones
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Iniciar sesiónSe cumplen hoy veinte años del día en el que no estuvimos a la altura que nos demandaba la historia. Acábamos de sufrir el peor atentado imaginable y, con los cuerpos todavía calientes de las víctimas, el dolor nos separó en lugar de hacernos fuertes. ... Una situación extrema requería lo mejor de nuestro ADN, pero tiramos de lo peor: del oportunismo, del cainismo, del egoismo, de la traición. Los dirigentes ofrecieron en unas horas un muestrario de cómo no se debe gobernar; antepusieron sus intereses partidistas por delante de la nación porque pensaron en las elecciones antes que en la tragedia que nos acababa de golpear. Nadie se salvó; el Gobierno porque presionó para que se difundiera la versión de la autoría del crimen que más le interesaba, y la oposición porque maniobró para que sus votantes se movilizaran no contra los asesinos, sino contra el PP. En una España de móviles rudimentarios en la que no existían WhatsApp ni redes sociales el PSOE tiró de SMS siguiendo técnicas subversivas propias de dictaduras. Fueron las horas del 'Pásalo' animando a los ciudadanos a arrinconar al Gobierno aprovechando la conmoción. Casi 200 muertos en la morgue y nos dedicamos a atacarnos unos a otros. En aquellos días, los países extranjeros nos observarían con incredulidad. Hoy, veinte años después, nosotros mismos lo recordamos con pena.
Aquellas elecciones nunca debieron celebrarse. A José María Aznar le faltó valor para tomar una decisión que estaba plenamente justificada. Las elecciones son la gran fiesta de la democracia, y el presidente tenía 192 buenas razones para sostener que España no estaba para fiestas. No solo por respeto a las víctimas, sino por no hacer el juego a los asesinos; nadie hace un atentado de esa magnitud a 48 horas de la cita con las urnas sin una finalidad política. Quizás Aznar pensó que el tiempo jugaba en su contra y que las bombas iban a provocar un efecto de adhesión al Gobierno y al candidato del PP, Mariano Rajoy. Si fue así demostró, además de un pésimo olfato demoscópico, una notable bajeza como hombre de Estado.
Aquel día tuvo algo de encrucijada del destino, porque desde entonces pocas cosas han ido bien. Como si estuviésemos pagando aún el comportamiento indigno de aquellas horas aciagas. En la vida hay intersecciones que definen tu destino, y aquel 11-M este país tiró por el camino equivocado, por el sendero de la demagogia, la radicalidad y el desgobierno. Esa noche se abrió una caja de Pandora de la que han salido los peores vientos. Hoy podemos decir que ganaron los terroristas, porque cambiaron el curso de la historia. Pero también ha ganado ETA, que no puso las bombas de los trenes pero tiene a sus dirigentes decidiendo la política nacional. Y han ganado los independentistas catalanes que atentaron a su manera contra el orden nacional. Sí, pásalo veinte años después: desde aquel día solo ganan los malos.
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