Puntadas sin hilo
La esposa falsa de Picardo
Cualquiera puede hacer viral un bulo inventado y la persona perjudicada no puede hacer nada
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Iniciar sesiónProbablemente habrán recibido estos días en su teléfono móvil una sucesión de vídeos en la que una joven gibraltareña recita una serie de acusaciones contra el ministro principal de la colonia británica, Fabián Picardo. La chica se expresa en ese híbrido angloespañol propio de los ... llanitos, tan divertido, aunque la sarta de insultos contra el político laborista se entiende con toda nitidez. Las imágenes se difundieron en un tuit en el que se identifica a la iracunda monologuista como la exmujer de Picardo, de la que se acaba de separar, dando a entender que se trata de un ataque por despecho. La grabación en cuestión lleva casi dos millones de reproducciones, una audiencia que ya quisieran muchos medios de comunicación. El amplísimo impacto del vídeo viral apenas se verá amortiguado por el hecho de que ni la persona que aparece en las imágenes es la mujer de Picardo, ni se trata de una grabación reciente. La reparación del daño es imposible por dos razones: porque a los dos millones de personas que han visto las imágenes en realidad no les importa si son reales o no, y porque Picardo no tiene ninguna vía legal para reparar su honor. Solo le queda aguantar el chaparrón y esperar a que amaine.
La 'liberalización' del mensaje informativo que supuso la aparición de las redes sociales se percibió en la opinión pública como un avance democrático, cuando en realidad ha supuesto un retroceso para los ciudadanos, que se encuentran ahora mucho más indefensos que cuando los medios de comunicación tenían el 'monopolio' de la información. Cuando las noticias se canalizaban a través de las empresas periodísticas los usuarios tenían una doble protección: la de los propios medios, donde profesionales cualificados filtraban las noticias certificando su autenticidad, y la de los tribunales, donde cualquier ciudadano que se considerase difamado podía denunciar a la empresa presuntamente difamante. Ambas cosas han desaparecido ahora, porque cualquier hijo de vecino puede hacer viral un bulo inventado desde un perfil anónimo y el sujeto perjudicado no puede tomar ninguna acción legal, ya que Twitter (ahora X), Facebook o Instagram no asumen como propios los contenidos que suben sus usuarios.
Con todo, lo más triste es que los propios periodistas hemos contribuido a esta espiral de indefensión pública, arrimando el ascua de la audiencia propia a la sardina del efecto viral. Ayer, cabeceras respetabilísimas difundieron los insultos y acusaciones de la falsa mujer de Picardo señalando que no era la mujer de Picardo. Es decir, una no-noticia sin interés informativo pero con una audiencia suculenta. El problema es que cuando los periodistas dejamos de trabajar pensando en los lectores y lo hacemos pensando en Google la verdad deja de ser el ingrediente esencial de la información.
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