puntadas sin hilo
El derbi que perdimos todos
En la sana rivalidad futbolística ganaba el más ocurrente, ahora triunfa quien profiere el mayor insulto
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Iniciar sesiónEl ser humano ha inventado dos actividades capaces de desatar a la fiera que todos llevamos dentro: conducir y el fútbol. La persona más sensata puede perder los papeles al volante o convertirse en un energúmeno viendo jugar a su equipo. Algo tienen el volante ... y el balón que anula el raciocinio y estimula los instintos más animales; por eso es importante que los responsables del tráfico y del balompié sean los primeros en fomentar unos códigos de conducta civilizados. Igual que la DGT hace campañas para evitar comportamientos de riesgo al volante, los clubes de fútbol están obligados a atemperar los ánimos y atajar provocaciones. Es decir, lo contrario de lo que ocurrió en el derbi del pasado domingo, cuando el director deportivo del Sevilla se comportó como un hooligan y en el estadio del Betis se exhibió un gigantesco mural ofensivo.
Estos comportamientos son regresivos, porque suponen una vuelta a lo primario, a lo fácil. Una de las señas de identidad más loables de la ciudad eras la forma en la que abordaba la rivalidad futbolística, todo un género de toreo dialéctico con el humor como capote, la ironía como muleta y el sarcasmo como estoque. Tradicionalmente el pique entre béticos y sevillistas era un combate de orfebrería retórica en el que los interlocutores no disputaban tanto por defender a sus equipos como por demostrar mayor agilidad mental que el rival. Este arte es el que hizo singular el derbi sevillano, porque se disputaba en todos los rincones de la ciudad.
Ahora, sin embargo, el pique del derbi se ha vulgarizado hasta rozar lo primitivo. Las provocaciones atrabiliarias de Monchi o el tifo ridiculizando a Jordan representan lo opuesto al esgrima dialéctico que ha caracterizado siempre a la rivalidad sevillana. Molestan más por groseras que por sevillistas o béticas. El deterioro del ecosistema social del derbi es parejo, por otra parte, a la propia descomposición de una sociedad cada vez más rudimentaria. El fútbol se ha vuelto tosco e iracundo en la misma dimensión que la política, la música o las propias relaciones humanas. 'Manca finezza' en los piques del Betis-Sevilla como en la vida misma, donde se ha perdido completamente el sentido de la ejemplaridad. En un país en el que el mismísimo presidente del Gobierno miente o incumple su palabra sistemáticamente es difícil exigir comportamientos honorables. Basta con asomarse a las redes sociales para advertir que la tradicional sorna que acompañaba al fútbol sevillano ha sido sustituida por la agresividad y el insulto. En la rivalidad sana ganaba el más ocurrente; ahora triunfa quien insulta mejor o se golpea más fuerte el pecho. Es una pena, pero en el derbi de la convivencia la inteligencia ha perdido frente a la brutalidad.
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