Casarse en la Caridad

A estas alturas de la vida, casarse por lo civil o por la iglesia no implica ningún tipo de sesgo social. Hace tiempo que los matrimonios no canónicos han perdido el matiz político que pudieron tener en la Transición, cuando casarse en un juzgado era uno de los más significados gestos de militancia progresista. La cuestión no dejaba de ser una pose, porque lo cierto es que el franquismo permitió los matrimonios civiles, aunque era necesario presentar un certificado de apostasía... y tenerlos bien puestos, porque esta opción suponía señalarse socialmente. Hoy en día la decisión sobre la boda, que en muchos casos se adopta por motivos pragmáticos, atañe únicamente a los contrayentes y no implica juicio alguno.

Es saludable que cada pareja se pueda casar según le plazca por lo religioso, por lo civil o por lo criminal, pero es evidente que la boda canónica implica un vínculo con el escenario que no sucede en los enlaces civiles. En Sevilla, además, la elección de la iglesia tiene unas connotaciones íntimas que van desde el vínculo con la collación a la pertenencia a una hermandad o el recuerdo de los padres, algo que no ocurre en los enlaces civiles. Este condicionante emocional explica las colas ante la Magdalena; para todas aquellas parejas que esperaban pacientemente el lugar de la ceremonia era una parte fundamental en la decisión de contraer matrimonio.

Por ello, la noticia del cierre de la Iglesia de la Caridad durante dos años tiene una repercusión sentimental que va mucho más allá del impacto patrimonial o urbanístico. A sesenta parejas de novios sevillanas se les ha caído una ilusión que no podrá compensar ningún plan alternativo, porque seguro que la elección del templo no fue una decision al azar ni baladí. No es para menos: comenzar un proyecto de vida en común en un edificio portentoso, bajo el peso de cinco siglos de historia y con Murillo o Valdés Leal de testigos produce una sensación única que no se puede olvidar jamás. Se lo dice quien lo sabe.