tribuna abierta
Sobre la amistad
La amistad nos hace fuertes ante las adversidades de la vida, pero nos hace débiles también, ya que nos convierte en vulnerables al dolor del amigo, a sus fracasos o a su enfermedad

La verdadera amistad es siempre un hecho milagroso. Surge como un destello en la noche cerrada, como una luz que entrevemos en el bosque y a la que nos vamos acercando con el presentimiento de que estamos ante algo grande y misterioso. Pocas alegrías, pocas ... sensaciones placenteras pueden compararse a la complicidad entre dos amigos, a la conversación tranquila y enriquecedora o al reconfortante silencio entre dos personas que nada tienen que decirse pero se saben unidos por ese fruto de oro que llamamos amistad.
Es un lugar común afirmar que un amigo es un tesoro. Pero no por repetido deja de ser verdad que un amigo es una joya oculta, una suerte que vamos descubriendo en la medida que profundizamos en la estrecha gruta del vivir. Montaigne dedica uno de sus ensayos a este tema, y afirma que la amistad es «algo espiritual» y que el alma «se purifica con su uso». En la amistad hay mucho de misterio pues que tiene vida propia, tiene sus leyes y sus tiempos, sus ritmos y sus límites. Cada amistad crece a su manera y se afianza o se disuelve a veces sin que podamos explicar o conocer sus motivos.
En estos días primeros de Semana Santa ha llegado a nuestras manos, como una pequeña perla, 'Sobre la amistad', un texto extraído de la 'Ética a Nicómaco' de Aristóteles. Una lectura recomendable para todos los públicos, gracias a la traducción de Gil Bera, que ha sido publicada dentro de esa colección de joyas que son los libros breves de Acantilado. «Sin amigos nadie querría vivir» se afirma en esas páginas. Afirmación que entronca con la legendaria respuesta de un soldado al rey Ciro. El soldado había ganado como botín de una batalla el más valioso caballo del imperio, y al entregárselo, el rey le indicó que tenía suerte ya que podría cambiar aquel caballo por algún reino. «Majestad, por lo único que lo cambiaría sería por un buen amigo», dicen que respondió el soldado.
La amistad, afirma Aristóteles, es algo que solo puede existir entre seres humanos, entre personas capaces de darse en reciprocidad, de mantener el vínculo y de crecer en la medida que crece el otro. La amistad es igualdad, nos coloca en el mismo plano, cara a cara con el otro sin jerarquías ni vínculos de poder o de parentesco. La amistad nos hace fuertes ante las adversidades de la vida, pero nos hace débiles también, ya que nos convierte en vulnerables al dolor del amigo, a sus fracasos o a su enfermedad. Por todo esto la amistad perfecta -dice Aristóteles- es la que se da entre personas virtuosas. La amistad virtuosa es aquella que se basa en la bondad, es recíproca y desinteresada. Deseamos el bien del amigo por su propio bien, sin esperar a cambio nada más que el sentimiento de placer que nos produce la alegría de aquel por el que sentimos amor, admiración y gratitud.
En estos días, los cristianos releemos los pasajes evangélicos de la Pasión. Nos conmueve la fracción del pan porque sabemos que es el gesto decisivo y definitivo de Jesús, el gesto de la entrega total. Y si sabemos que el hombre fue hecho a imagen de Dios y que Jesús es verdadero Dios y hombre verdadero, podemos colegir que Dios se complace con la amistad al igual que nosotros lo hacemos. Un Dios hecho hombre es un Dios que ama, que sufre, que tiene dolor y que siente placer con la amistad verdadera.
La amistad entronca etimológicamente con las palabras amor, alma y muerte. El amigo es, a la vez, el amado, el que custodia nuestra alma y que el que es leal sin conocer las lindes de la muerte. Con los brazos abiertos en la cruz, sobre un canasto humilde y un puñado de lirios veremos esta tarde al Señor de la Buena Muerte. La imagen de este Cristo nos lleva a las palabras del evangelio de Juan: «A vosotros os he llamado amigos». El Señor nos llama, nos nombra amigos y eso, etimológicamente, significa que es nuestro amor, que guarda nuestra alma más allá de los límites de la muerte. El Dios de las Bienaventuranzas, el que revela sus secretos a los humildes y a los necios, abre las puertas de la Universidad para que salga el Cristo de la Buena Muerte. El patrón de la Universidad, Santo Tomás de Aquino, quien precisamente construyó su pensamiento desde la filosofía de Aristóteles, nos advierte que la esencia del amor consiste en «hacerse amigo de Dios». Contemplemos la serenidad de este Cristo que hoy se nos da en la cruz como prueba más alta de su amistad. En esa cruz están clavadas la inteligencia y el amor, la ciencia y la amistad. Este cuerpo sin vida es el mejor tratado sobre la amistad. Y sin esta amistad, como dice Aristóteles, no querríamos vivir.
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