TAL VEZ FELICES
Zapatos de un sevillano
El mismo calzado que va a misa ha pisado el charquito pestilente de los baños de Casino
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Iniciar sesiónHay un clasicismo endémico en la ciudad que traspasa generaciones y fronteras. Cuando sale de su entorno, de hecho, resalta como un danés estrenando soles. Observo ese clasicismo radical, vinculado al enterismo que defienden Los Compadres, en los zapatos de vestir. Estos son la prueba ... visible de lo que han hecho los pies. Muestra, a su vez, de la actividad del resto del cuerpo.
Aunque se hayan limpiado, tienen viejas marcas de una bulla que no hay betún que quite. Un pisotón en la puntera y una arruga en el lateral, esta de esperar taxis en cuclillas. Los zapatos que fueron hasta la basílica del Gran Poder una madrugada bailaron torpemente en Pepe Hillo 97. Lo sé, lejos de la videncia, porque en la costura quedó una mueca de albero y otra de cera. El calzado del sevillano que no tiene gran repertorio en el armario (y como la renta per cápita no es otra que la que es y así de abundante ha de ser este espécimen) hace estaciones de penitencia al inicio de la primavera y pide paso con desgana por la calle del Infierno antes de regresar a la otra orilla. Hasta allí ha ido por ir, que no quería, seguro, si se mueve dentro de este clasicismo.
Los ejemplares que te llevan a casa de abuela en Navidad y los que han acariciado el césped de algún bautizo dominical son los mismos. Van a misa esos zapatos que también han pisado el charquito pestilente de los baños de Casino. Están santificados y desacralizados, porque han visto hacer lo indebido y todo lo contrario; una toallita húmeda no tapa lo que andan chillando. Conocen otros eventos culturales. Una feria de pueblo, por ejemplo. En su piel llevan tatuadas comuniones de primos no tan cercanos, pecados que tal y como han evolucionado las redes podrían acabar en Twitter y seguramente alguna que otra boda o puesta de largo; según la edad, aunque puede que ambas. La corbata es mentirosa en su sigilo: siendo testigo, no cuenta nada. Los zapatos hablan hasta por la suela. El talón, la lengüeta, el empeine… Cantan ellos, no los pies. Y en esta ciudad igual se arrancan por saetas que por sevillanas a un módico precio.
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