TAL VEZ FELICES
Los veranos de los niños
No volvería a ser aquel imberbe, pero aceptaría una de esas vacaciones sin conciencia de sí misma
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónSi justo hoy alguien por la calle me pregunta qué quiero, no tengo más respuesta que esta: «Volver al verano de los doce años, caballero». Siguiendo la fórmula del poeta Javier Salgado con respecto a la juventud, yo no volvería a ser niño, «aunque me ... lo pagaran». Sin embargo, no puedo evitar estos anhelos de junio. El curso escolar cesaba, arrancando así un verano que bajo el latido de esos días duraba, más o menos, un año. Quizá más, con esa narrativa lenta con la que transcurre el tiempo en la vida de los más pequeños. Un verano por delante era un abismo. Tres meses con cara de doce. Suficientes, eso seguro, para regresar distintos.
Confieso verme abandonando el aula de esa última jornada lectiva en las antípodas de la pena. «Ahí os quedáis», pensaba, rozando un hasta nunca con la espalda. ¿Qué era? ¿21 o 23 de junio? Empalmar una película con otra, leer un cómic, jugar a Pokemon y diseñar una pista en el Scalextric al fresquito del mármol: eso quedaba. Paladear las bondades del aire acondicionado desde el sofá y llamar después al teléfono fijo del amigo que entonces gozaba de piscina. Deambular húmedo entre las cigarras, ya en la calle. Fantasear con problemas: qué faena tener que hacer mañana un par de páginas del cuadernillo Rubio, por ejemplo. Negociar con los padres. Soñar sencillo. Convertir, en definitiva, martes en domingos.
El frescor de las paredes al entrar en el portal tras ese paseo postrero de vuelta a casa era un premio de fin de curso. Olimpo de las vacaciones estivales. Meta a la que no regreso. Estadío intacto de una memoria que ha idealizado las tardes de phoskitos y desconexión sideral. Que sabia la naturaleza cuando asemeja ancianos con niños, reflexiono. Habrá de despedirse el hombre a lo grande de este mundo, entregándose a unos días eternos como la anchura de los viejos veranos. Días con poco que hacer. Contemplativos, como habitando un poema de Manuel Alcántara. No volvería a ser aquel imberbe, pero aceptaría una de esas vacaciones sin conciencia de sí misma.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete