Tribuna Abierta
La gran reacción
Las letras de la indignidad empiezan a vencer y al trapisondista que las firmó le reclaman acreedores por todos los rincones

Indignado por el papel de chivo expiatorio al que le condenan los suyos, el exministro Ábalos, otrora mano derecha de Sánchez y número dos del PSOE, rompió el compromiso moral por el que se sentía ligado con quienes le marginaron y, sin pelos en la ... lengua, se preguntó por qué no auditan también a los ministerios de Sanidad e Interior, a cuyo frente estaban Illa y Marlaska, y que están siendo investigados por el fraude de las mascarillas. O a su sucesor Puente, por la compra a un amigo que luego lo invitó a su yate. «¿Por qué no se hace?», se preguntaba. «Nos íbamos a reír un rato», concluyó regodeándose.
Tras anunciar que no se siente ligado a la disciplina sanchista y sentirse traicionado, concluyó convencido del vacío político y estratégico del gobierno del que formó parte. «Ya no hay nadie al frente de nada. Es todo reactivo y muy feo…» Y hay que reconocerle, aunque respire por la herida inferida, que no le falta razón en lo tocante a la ausencia de una política mínimamente reconocible que inspire a un Gobierno en busca del interés general del país. Porque, como ha dejado escrito Juan Luis Cebrián, «este es un Gobierno incapaz de gobernar, sin presupuestos, sin horizontes, sin proyecto, practicante del más burdo nepotismo ideológico y familiar».
Y es que las letras de la indignidad empiezan a vencer y al trapisondista que las firmó le reclaman acreedores por todos los rincones. La izquierda troglodita y populista, insatisfecha porque aún pueden exprimirse más las ubres de una economía asfixiada por una deuda desmesuradamente creciente. Los corifeos del separatismo más cutre porque no liberan a un ritmo más creciente a sus colegas del tiro en la nuca. Los golpistas del nordeste porque se tarda demasiado en concederle lo que no pudieron conseguir con la asonada. Los burgueses del País Vasco, sumidos en la incertidumbre de ser rebasados por los radicales por culpa de haberse aliado con un saltimbanqui ayuno de principios. Y los demás aliados de otros territorios, preocupados porque les corran a gorrazos sus electores si Sánchez cumple los privilegios comprometidos con los separatistas de la izquierda republicana catalana.
Todas estas desgracias ocurren cuando no se es exigente con la selección de los liderazgos. Aún resulta inexplicable que un partido, que presumía de más de cien años de honradez, aclamara para liderarlo a quien intentó un pucherazo para conseguirlo, lo que debiera haberlo inhabilitado para cualquier puesto de responsabilidad futura. Porque esta relajación moral explica la ausencia de principios que Sánchez ha impuesto en su acción política. Quien hace un cesto hace ciento, de ahí las continuas mentiras, los falsos compromisos y las vergonzosas concesiones al separatismo y al populismo con las que Sánchez ha comprado su jefatura de Gobierno.
Para conseguir sus objetivos, que son única y simplemente la permanencia en el poder a cualquier precio, el arma que mejor le viene a Sánchez es la de la confrontación, el frentismo entre dos Españas irreconciliables. Y es aquí donde conviene dar la batalla de las ideas y de la acción política: si Sánchez quiere frentismo, su antítesis es la defensa de un país conciliador, moderado y justo, lejos de la arbitrariedad política, de los muros ideológicos y del juego sucio sectario y ventajista. ¿Que es difícil contestar al exabrupto con educación y civismo? Por supuesto, pero es ahí donde se gana la batalla a quienes basan su actividad en dividirnos en buenos y malos.
La deriva populista, frentista e iliberal del sanchismo tiene su mayor exponente en la forma autoritaria con la que ha convertido al medio informativo de la izquierda democrática pionero del país en una 'longa manus' de sus postulados excluyentes. Expulsó a Rubalcaba y a González de sus consejos editoriales y a Antonio Caño de la dirección. Paulatinamente fueron abandonando las colaboraciones en El País los mentores intelectuales más acreditados de la izquierda democrática española tales como Antonio Elorza, Félix de Azúa, Félix Ovejero, Francés de Carreras, Teodoro León Gross… hasta destituir a Juan Luis Cebrián y expulsar a Fernando Savater.
Lamentablemente el frentismo siempre tiene colaboradores que viven de sus ventajas. Y los hay en el afán de Sánchez por acabar con los dos poderes indestructibles de las democracias: la independencia judicial y la libertad de expresión. Pero que no se llamen a engaño los colaboracionistas: los malos jueces tienen en su desprestigio la condena. Y los periodistas del régimen ya llevan en su cobardía y traición la pena de su descrédito. Porque es creciente el convencimiento a derecha e izquierda democrática de que, hoy por hoy, lo prioritario para salvar la democracia es sacar a Sánchez del poder, para acometer acto seguido, con el apoyo de las amplias capas humanistas, liberales y socialdemócratas, la regeneración auténtica de la política española.
Los girones que dejará Sánchez requerirán un gran esfuerzo desde la sensatez colectiva. Una mayoría representativa del 70% de la sociedad no quiere descalificaciones apriorísticas ni luchas fratricidas, sean del signo que sean. Esa mayoría que representa a un país pionero en solidaridad, tal como lo acredita su liderazgo mundial en trasplantes y donación de órganos. Una ciudadanía capaz de ello no puede ser víctima de quienes buscan la confrontación, la marginación y el privilegio. España es mucho más fuerte de lo que pretende ese contubernio de populistas, reaccionarios, sectarios y disolventes que hoy merodean por las áreas del poder político, por muchos miles de asesores y colaboracionistas con los que el autócrata pague de nuestro dinero. Y todos ellos no podrán con la gran reacción de la mayoría.
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