Tribuna Abierta
Cuando el engaño se agote
Porque la sabiduría popular tiene en su frontispicio aquella frase de que «la mentira tiene las patas cortas», el mandato de Sánchez no puede sostenerse por mucho tiempo más

decía Mateo Alemán que «el que quiere engañar, miente». A estas alturas muy pocos, por muy adocenado y ramplón que se sea, pueden llamarse andana desentendiéndose de una realidad tangible e indubitada: que Sánchez ha basado su supervivencia política en un permanente engaño. Mintiendo, engaño ... a los suyos, engañó a los adversarios, engañó a los votantes y engañará a todo aquel y a todo aquello que sea un obstáculo para su único fin que no es otro que el poder por el poder. Y cuando el poder está desprovisto de su valor esencial, que es la autoridad, antes o después se pierde de la manera más miserable: la que merece un ser despreciable, malvado y abusivo que ha actuado sin consideración ni respeto a los demás y a las normas de convivencia que nos hemos dado, sin más norte que su propio beneficio.
La polarización, tan querida con personajes como Trump o como Sánchez, es hoy la principal amenaza para quienes seguimos creyendo en los valores que dieron lugar a los estados-nación consagrando principios como la libertad, la igualdad y la solidaridad que han sido la clave de los mayores avances de la humanidad. Hoy son muchas las incertidumbres sobre el futuro de las democracias, y no solo en materia económica y social. Y nada más perjudicial para abordar tales desafíos que este afán polarizador de Sánchez porque no se corresponde en absoluto, por mucho que lo pretenda, con el comportamiento social, donde los españoles viven armónicamente y, en una gran parte, hartos, cansados y aburridos de una clase política que pretende secuestrarlos en sus indecentes confrontaciones.
Ese «somos más» que Sánchez proclamó en su noche electoral, aglutinando un batiburrillo de formaciones dispares en torno a su afán de supervivencia, es tan falso como calificar de progresista a los carlistas vascos, los golpistas catalanes y los amigos de terroristas. Ese batiburrillo solo tiene en común la aversión a la extrema derecha, auténtico caladero de votos para Sánchez, máxime en un contexto como el actual con un presidente como Trump que traiciona a Ucrania, ofende a Europa y compadrea con Putin. Por ello, porque los extremos se tocan, la batalla de nuestro tiempo no se dilucida entre izquierdas y derechas sino entre quienes defienden la democracia liberal, sus instituciones y contrapesos, y quienes entienden el poder como una imposición sin más límites que su propia voluntad. Por ello, en España, quien como Sánchez ha copado las instituciones y pretende limitar los contrapesos democráticos, tiene los días contados como gobernante de prestigio.
Porque la sabiduría popular tiene en su frontispicio aquella frase de que «la mentira tiene las patas cortas», el mandato de Sánchez no puede sostenerse por mucho tiempo más y la verdad siempre saldrá a la luz. Ello supone que habrá que hablar menos de las quimeras de los nacionalismos anacrónicos e irredentos y ocuparse más de los verdaderos retos que acucian nuestro futuro y de los que afectan a nuestro régimen de libertades. Menos Junts, menos ERC, menos EH Bildu y menos jetzales peneuvistas, porque nunca saciarán sus ambiciones insolidarias. Y más convivencia, más integración, más respeto auténtico a todas las identidades sin ventajismo y más visión de futuro para quienes, como las jóvenes generaciones, han de competir en un mundo global exigente y altamente profesionalizado. Menos partitocracia, en suma, y más sociedad, más conocimientos, más comprensión y más solidaridad auténtica, lejos de la demagogia que impregna a tanta mediocridad como, lamentablemente, marca ahora las pautas del destino que nos espera, con la clase política menos preparada y mas sectaria y cortoplacista del último siglo.
Cuando el engaño se agote habrá que encarar acertadamente los desafíos de la prevalencia del Estado de derecho, el principio de legalidad y la unidad territorial, abordando la reforma de todo aquello que ha perturbado el interés general. Un reto de tal envergadura requerirá de una mayoría muy cualificada que solo puede darse desde la centralidad y la moderación de la mayoría. Una mayoría sociológica que hizo posible la Transición y que no ha mermado; solo han cambiado los políticos que deben interpretar esa voluntad de concordia y que, por contra, se empeñan en la discordia.
Las incertidumbres del momento, los cambios de opinión, las mentiras como forma de gobernar, el abuso de instituciones y personas, la corrupción política de quienes dicen una cosa y hacen la contraria, la supeditación del interés general al de unas minorías y la falta de respeto a la propia legalidad constitucional, con personas e instituciones copadas para satisfacción del gobernante, se pondrán de manifiesto cuando el engaño se agote, y llegará un momento en el que los españoles recobren su propia dignidad y las instituciones volverán a ser respetadas y admiradas por su neutralidad política. Y entonces se habrá cumplido el deseo de Rubalcaba: «los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta».
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