SOL Y SOMBRA
Xristós voskrés
Los católicos ucranianos son martirizados por Putin en una guerra que es tan imperialista como sectaria
El misterio del Cristo del Desamparo y Abandono, segundo paso de la hermandad del Cerro del Águila, dedicó el Martes Santo una levantá en La Campana «a los cristianos que sufren por su fe en todo el mundo»: los fieles al Patriarcado Ortodoxo de Antioquía ... en Siria, en primer lugar, pero también a los maronitas de Líbano, los pocos arameos que quedan en Irak y a cuantos son perseguidos por la expansión del yihadismo en el África subsahariana o en algunas islas del archipiélago filipino. Pudieran incluirse también en las oraciones a los sufridos católicos de Nicaragua, masacrados por un sandinismo que ha expulsado de su propio país al obispo Rolando Álvarez y a una veintena de clérigos.
Tampoco conviene olvidar, ni muchos menos, el martirio de los católicos de Ucrania en una guerra, la de Putin, tan sectaria como imperialista. Hermanados en la etnia y en la cultura eslava, el principal punto de fricción histórico entre rusos y ucranianos ha sido la religión. Y mientras el patriarca ortodoxo Cirilo de Moscú, bautizado como Vladimir Gundiayev, ejerce como ariete del ejército de su tocayo del Kremlin desde la invasión de febrero de 2022, la diplomacia vaticana zascandilea con indisimuladas sugerencias a la rendición de sus fieles de Kiev. No extraña que muchos de ellos se sientan, literalmente, dejados de la mano de Dios.
En la pequeña iglesia de San Demetrio de Tesalónica, oratorio de las Hermanas Reparadoras en la calle Santa Clara, la comunidad de católicos ucranianos de Sevilla celebra hoy la Pascua a la par que sus hermanos de Roma. Hasta hace dos años, se regían por el calendario juliano, el mismo de los ortodoxos rusos, pero la hostilidad del vecino los empujó a acompasarse con el gregoriano. Francisco debería trasladarles un aliento explícito, más allá de vagas alusiones a la paz, cuando este mediodía dispense la bendición urbi et orbi. El mundo cosa ha cambiado desde que, hace seis años, cuando el país ya sangraba por la herida del expolio de Crimea, el delegado episcopal para las iglesias orientales bajo Monseñor Asenjo, Manuel Portillo, cerraba la misa de Navidad al grito de «¡Viva Ucrania libre!»
Mis vecinos Olha, Mariya, Vasili y todos sus compatriotas de la inmigración ucraniana en Andalucía, pese a todo, vivirán hoy un Domingo de Resurrección de alegría, reconfortados por su fe inquebrantable, unidos por la lejanía de la patria y fortalecidos por la razón que los asiste en su lucha por la supervivencia. No todos los días es fiesta, pero es lícito (¡es obligatorio!) permitirse celebraciones que alivien la pena. El padre Dmytro Savchuk, el cura joven que conformó la comunidad en la parroquia de Santa Cruz y que murió de cáncer a los pocos meses de la invasión rusa, los ilumina desde la morada eterna de los justos. Cuando es tan sencillo identificar al agresor y al agredido, no caben cálculos ni equidistancia. Cristo ha resucitado, como cada primavera, y el sacrificio de este valiente pueblo en su batalla contra la barbarie no será en vano. Slava Ukraina.
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