SOL Y SOMBRA
Non serviam
Manuel Barrios fue un literato virtuoso e insobornable al que la Andalucía oficial siempre trató con desdén y saña
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Iniciar sesiónEl hijo homónimo de Manuel Barrios, catedrático de Metafísica, justificó su fama de especialista en la obra de Friedrich Nietzsche al rescatar el significado que el filósofo alemán dio al epíteto «intempestivo» para definir a su padre. El profesor Sebastián León afirma que el pensamiento ... intempestivo «acontece de forma repentina y, como un rayo fulminante, genera algo de temor, luz y perplejidad». Además, se formula «al margen, fuera o en contra del tiempo habitual, de los valores, gustos y cultura dominante de su época», por lo que «su inactualidad constituye una apertura a un tiempo aún no venido». Barrios fue, en efecto, un analista agudo y un adelantado durante seis decenios de escritura estajanovista –más de setenta libros, decenas de miles de artículos…–, y fue también un hombre insobornable que se jugó libertad, fama y hacienda contra enemigos formidables con una pluma como única arma.
Barrios Casares, en el homenaje brindado a su padre con motivo de su centenario en la Real Academia de Bellas Artes, reivindicó este reconocimiento como «un acto de estricta justicia» que apenas palia el estruendoso silencio con el que la Andalucía oficial castiga a uno de sus literatos más eximios. «Non serviam». Este grito de rebeldía luciferina que pronunció su hijo como epitafio profesional es un timbre de honor para un hombre de letras. «No serviré», repetía en la tierra de los periodistas apacentados y los escritores orgánicos. El poder, dictatorial o democrático, siempre lo trató en consecuencia: como si fuera el mismísimo Satanás. Gloria a los que jamás se arrodillan.
Ganador de cuatro Premios Onda y una Antena de Oro, creó con Antonio Mairena la mítica tertulia flamenca de Radio Sevilla, donde reivindicó… ¡la Seguridad Social para los artistas! Ole. Debeló en dos novelas espléndidas al cacique cortijero en tiempos de explotación, durmió en los calabozos de la brigada político-social, fue condenado a destierro por el Tribunal de Orden Público, y secuestrados por la censura sus escritos. En época aún preconstitucional, documentó en un libro las salvajadas de Queipo de Llano, lo que le valió amenazas de muerte de los escuadrones fascistas, y sus conmilitones de izquierda lo denostaron como facha sólo un lustro más tarde por denunciar la venalidad de los socialistas, a los que llamó «nuevos señoritos» en 1984. Renunció a los (muchos) millones de pesetas del Planeta por no transar con el viejo Lara, genio y pícaro. Avanzados los noventa, la jarca judicial del régimen cleptómano del PSOE lo asesinó civilmente mediante una condena draconiana. Murió con las botas puestas, como el general Custer: amarrado 18 horas al día a un respirador, Manolo Barrios cumplió los 86 fumando, trasegando café y mandando con puntualidad germánica tres colaboraciones a la semana al último periódico que tuvo el honor y el acierto de acogerlo. ¿Intempestivo? Eso lo dirán los estudiosos de Nietzsche. Yo sí puedo decir que tenía dos cojones como dos peras de agua. Y que, excusen la blasfemia, escribía como Dios bendito.
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