SOL Y SOMBRA
Nata cortada
Montero soñó con suceder a Sánchez y el ególatra no se lo perdonó: la mandó a que se achicharrara en Andalucía
Aunque a él le encantaría, el Principio de Peter no toma su nombre del presidente del Gobierno, sino del apellido del profesor canadiense que lo enunció a finales de los sesenta, de nombre Laurence Johnston: «En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su ... nivel de incompetencia: la nata sube hasta cortarse». En la banda sanchista, o sea, María Jesús Montero alcanzó hace justo un año, durante el quinario reflexivo del capo, la cima de sus capacidades. No los cargos de vicepresidenta primera ni ministra de Hacienda, que a eso llega cualquier virtuoso del navajazo orgánico, sino la condición de groupie añosa de su ególatra líder.
En alguna poltrona poco confesable debió imaginarse sentado Montero durante las horas de incertidumbre que siguió a la publicación de la carta la ciudadanía —que rima con cursilería— en la que Pedro Sánchez insinuaba la dimisión que nunca se produjo. «¿Osaste pensar en reemplazarme?» Porque, al cuarto día, sobreactuó en la calle Ferraz como sólo lo hacen quienes viven presos de la culpa. Las imágenes son patéticas, a doce meses de vista. Sus acompañantes, cara de circunstancias en ristre, estrechan manos con escasa convicción mientras ella vocifera «¡Fuerza, fuerza!» con los ojos en blanco, una versión avant la lettre de aquel «keeep Fighting» de Donald Trump cuando una bala le segó media oreja. No compararemos los respectivos equilibrios de sus caracteres para no ofender… al mandatario estadunidense, pero esos golpes de pecho que se infligió la señora, a medio camino entre la euforia lisérgica y el patatús místico, lindaron peligrosamente con la fractura de esternón.
Pero Sánchez, que sólo es coherente en sus rencores, no debió tragarse el exagerado acto de desagravio de su lacaya y castigó su (nada) secreta de ambición de aquellos días con el peor de los destinos posibles: la secretaría general del PSOE andaluz, donde el único horizonte es el achicharramiento electoral. En una tierra sumisa al poder desde que Tariq asomó por la ribera del Guadalete, e incluso antes, el carisma soft de Moreno Bonilla coleccionará mayorías hasta que el hartazgo lo retire algún momento entre 2030 y 2035. No es muy levantisco que digamos el votante meridional, y menos si la alternativa de poder está encarnada por el terror del contribuyente y la pregonera de los privilegios fiscales para Cataluña.
Ni siquiera el CIS se atreve a pronosticar a estas alturas un vuelco en Andalucía, con lo bien mandao que es Tezanos, de modo que ya sabe Marisú que su fugaz sueño de sucesión la condenó al batacazo y, enseguida, a la irrelevancia. El presidente de la Junta elegirá cuándo convocar a las urnas y, por fin, el día de su fulminación. Como al pobre Juan Espadas, puesto que ambos son de la quinta del 66, le alcanzará la edad de jubilación de culiparlante en el Senado, que no es mal retiro. Porque edad para preparar el MIR que postergó para dedicarse a la política sí que no tiene.
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