SOL Y SOMBRA
El mejor verso de Machado
Sevilla resplandece en agosto sin sevillanos, pero el centro está lleno de cucarachas del tamaño de gorriones y ratas como guepardos
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Iniciar sesiónEL apasionante (para mí) serial 'Turistadas 2025', de dos episodios y estrenado el jueves, culmina hoy con el relato de un breve periplo por la Selva Negra que entroncará con el cine costumbrista español e incluso con la sevillanía posmoderna. Una visita al fastuoso casino ... de Baden-Baden –allí se arruinó Dostoievski entre mobiliario Luis XV, jarrones de la Dinastía Ming, artesonados de cobre, frescos manieristas…– refresca la frase más célebre de Francisco Silvela, sucesor de Sagasta en la presidencia del Gobierno y media docena de veces ministro durante la Restauración: «Madrid, en agosto, con dinero y sin la familia… Baden-Baden». Exageraba el prócer, quizá, pero iniciaba un camino que transitó José Luis López Vázquez en la película 'El cálido verano del Sr. Rodríguez' (1964), epítome de la dicha estival.
Un compañero recién reincorporado al trabajo, cuyo nombre omitiremos por ser un radiofonista con amplia repercusión nacional, celebraba el otro día «el final de ese infierno llamado vacaciones» mientras tramitaba, henchido de gozo, las acreditaciones para la edición 25/26 de la Liga. «Me cago en los fines de semana sin fútbol y en la madre que parió a las barbacoas». Su esposa e hijo apurarán en la costa el mes y él se relame ante la perspectiva de una felicidad en estado químicamente puro a base de «botellín, Meyba, aire acondicionado a revientacalderas y cualquier partido en la tele: amistosos, Supercopa de Europa, la primera jornada de la Bundesliga 2, el Brasileirao de madrugada, lo que me echen…».
Los hay menos radicales, capaces de disfrutar del agosto sevillano incluso en compañía de su pareja porque, conviene no engañarse, el tiempo de las travesuras periclitó hace décadas. Para quienes solemos irnos en julio, son días de labor calma y ocio más tranquilo todavía. No caeremos en el tópico machadiano de la 'Sevilla sin sevillanos' que el poeta puso en boca de su heterónimo Abel Infanzón, o sí, pero tampoco es mala cosa disfrutar de la ciudad mientras se descansa de su paisanaje, que puede resultar cansino cuando no cargante.
La otra solución es la de la bomba de neutrones, método asaz expeditivo que conspicuos intelectuales como Ramón de España (en su sátira 'Europa mon amour') han querido aplicar en París. Trátase de un artefacto que termina con todo vestigio de vida dejando intactos los edificios, lo que permitiría salvar el patrimonio arquitectónico de la ciudad y librar a la Humanidad de los sevillanos. He aquí un incuestionable 'win-win', como dicen los modernos, porque la explosión terminaría también con la fauna que campa por el Casco Antiguo al amparo de las obras veraniegas que lo han llenado de trincheras: cucarachas del tamaño de gorriones y ratas como guepardos, enseñoreadas de las calles del centro en cuanto se pone el sol, componen un paisaje de lo más romántico que se completa con la banda olorosa de decenas de bolsas de basura abandonadas junto a las papeleras porque algún lumbreras decidió hace tiempo suplir los contenedores por insalubres cubitos individuales.
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