Tribuna Abierta
Sevilla tiene un color artificial
Hay que imaginarse Sevilla bajo el sol abrasador del verano, con la desidia del alcorque cegado con cemento, con el balcón lleno de mal gusto y geranios artificiales
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Iniciar sesiónNo me opongo a lo que César Cadaval escribió al componer la famosa canción. Pero lo matizo. Sí, especial es el color de la luz sobre la paredes blancas de San Bartolomé, o el brillo verdoso del Guadalquivir por la mañana, o el cielo rosa ... del Aljarafe visto por la tarde desde Torneo. Sevilla tiene pregoneros para cantar ese cromatismo con holgura. Hoy no seré uno de ellos, porque a esa paleta tradicional, heredada, poetizada, contrapongo mi versión: Sevilla tiene un color artificial, al menos cuando la representamos.
No sé si necesito un anglicismo para explicar esto, pero lo usaré por estar en circulación entre quienes son involuntarios responsables de ese color artificial: rénder. En el castellano antiguo, render (palabra aguda) era una variante del verbo rendir, en el sentido de 'entregarse'. Pero nada tiene que ver ese verbo con el rénder que hoy se usa como sustantivo en muchos estudios de diseño y que, incluso, da lugar a un verbo: renderizar. La palabra rénder sirve en la jerga del diseño gráfico para designar las imágenes digitales que se generan por ordenador a partir de un modelo informático en 3D. Rendering, de hecho, significa en inglés 'representación' y hoy circula como vocablo para nombrar el proceso de generar de manera informática eso que antes hubiese sido una maqueta.
Los rénders nos dan de antemano una idea de cómo va a resultar una cosa, una escena o un proyecto cuando aún está en fase de diseño. Por ejemplo, antes de que un satélite haya sido construido, lo vemos renderizado; la técnica se usa en el diseño de objetos, en interiorismo, y es, desde luego, un ingrediente crucial al anunciar pisos de obra nueva. Junto con los planos e informes que se trabajan para la tramitación administrativa y urbanística, los estudios de arquitectura y empresas constructoras generan rénders destinados a los posibles compradores, porque llama nuestra atención aquello que contemplamos levantado, en tres dimensiones, lleno de volúmenes.
Quienes convierten los planos bidimensionales en estas imaginadas visualizaciones tridimensionales ajustan escalas y proyectan el ancho de los balcones, las alturas de los edificios o el número de locales en las fachadas con los cálculos y medidas de la obra proyectada. Pero, ¿y los elementos adicionales? Personas que pasean por las calles, brillo de las ventanas, luz de las escenas... todo ello puede caracterizarse a voluntad de quien imagina y el resultado es sospechosamente paradisíaco, irreal. En el paisanaje de esas proyecciones hay personas caminando o haciendo deporte y niños jugando con pompas de jabón. No hay patinetes, no hay suciedad, no hay gente que mira su móvil mientras camina. Los objetos no existen: no hay bicis estáticas arrumbadas en los balcones, ni ropa tendida, ni basura abandonada por los inquilinos de las viviendas turísticas. En el paisaje, la irrealidad es aún mayor: los verdes de los rénders de nuevas promociones urbanísticas sevillanas son propios de bloques de otras latitudes: balcones con plantas frondosas típicas de Austria, y, en las nuevas aceras, árboles enormes (¡abetos, hayas!), imposibles si consideramos que, con suerte, van a ser plantados ahora y no tendrán ese tamaño hasta dentro de una década.
Los estudios de arquitectura tienen derecho a la utopía pero quienes vemos estas proyecciones debemos estar alerta. Estos rénders se hacen descargando bloques de vegetación de bancos de imágenes que sirven tanto al que proyecta edificios residenciales en Sevilla como al que los proyecta en Australia. La atención a lo local es nula y, por eso, Sevilla en estas maquetas tiene un color artificial. Hay que imaginarla con sus colores reales.
Miremos a nuestras plazas y calles y no confundamos el deseo y la realidad. Hay que imaginarse Sevilla bajo el sol abrasador del verano, con la desidia del alcorque cegado con cemento, con el balcón lleno de mal gusto y geranios artificiales. Sus colores no son los de la idealización mercadotécnica de la maqueta. A 5 minutos de la Plaza de San Lorenzo, tenemos la Plaza del Bajondillo, que lleva 13 años con seis enormes parterres elevados y sin un solo árbol plantado en ellos. Es una Tiananmén sevillana a pequeña escala; como planten árboles ahora, van a parecer de maqueta. Solo la sombra en verano demostraría su realismo y la sensibilidad de quien los plante. Y su capacidad de gestión, si es que este artículo sirve de algo.
Catedrática de Lengua Española, Lingüística y Teoría de la Literatura de la Universidad de Sevilla
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