Tribuna abierta
Contar hasta tres por Sevilla
En vísperas de esta nueva Navidad, los brillos de la calle se han puesto de acuerdo en hacerme contar (una, dos y tres) para enseñarme cuáles son las luces que conviene alumbrar y encender sin falta: las de la casa y la familia
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Iniciar sesiónSi ayer celebramos el Día de la Constitución fue porque muchos españoles, en su momento, hicieron algo tan simple y tan fácil como contar hasta tres. Lo difícil fue que supieron hacerlo justo en el momento adecuado y para sus adentros, aunque a su alrededor ... se multiplicasen las oportunidades que justificaban no hacerlo y quizá apretando los puños dentro de los bolsillos. Muchos de quienes me precedieron, y no lo olvido, callaron, observaron y contaron hasta tres. El tiempo les ha dado la razón a ellos y no a aquellos que, llevados por un ambiente circundante de crispación o de bajeza, o con la prisa de no tomarse un tiempo para pensar, mancharon el libro de la historia con palabras que no debieron ser dichas.
No viví ese tiempo, pero sé que a esa etapa le debemos nuestra garantía democrática de hoy, por eso siento que tengo la obligación de la gratitud y la oportunidad de tomar ejemplo. Cuántas veces nos retenemos y decidimos contar hasta tres. Guardamos la boca, masticamos las ganas, suspiramos y seguimos; aunque por dentro, quizá, repitamos tres palabras al tiempo de cada número: «Hasta aquí llegó». Es eso que en la lengua no es decir algo sino hacer algo, lo que llaman en lingüística un acto performativo.
Admito mi contradicción: alguien que vive de la lengua encomia algo tan poco lingüístico como contar hasta tres introspectivamente. Criada entre los sonidos de las espadañas, sé que la prudencia no es ni ensordecer el tañido ni echar las campanas a tocar a rebato sino tañer cuando se debe, con el compás fijado que se espera y en el toque que corresponde a cada tiempo. Y mi toque, en este tiempo, concluye en diminuendo.
Los libros dicen que el número tres es perfecto, mágico. Yo no creo en esoterismos, no tengo cifras de la suerte ni interés por la numerología, soy verbal de arriba abajo, muy poco aritmética. Mis manías, pueden imaginarlas, son lingüísticas; mi devoción es la palabra dada y mi fe es la honestidad ajena. Pero sé que vivo en compás ternario: siento que me enganchan las historias en tres partes, colecciono las frases ajenas hechas de triples paralelismos (eso que los libros llaman tricolon: «Llegué, vi, vencí», resolvió César, «islas, palacios, torres» decía Pedro Salinas). Y voy por Sevilla contando hasta tres: las tres figuras humanas de nuestro escudo (Fernando III, san Isidoro y san Leandro), los tres arcos metálicos del puente de Triana, las tres secciones de la Giralda (la almohade, la renacentista y la veleta que todo lo divisa). Evoco las tres figuras femeninas de la glorieta de Bécquer y tomo nota de sus tres estados emocionales: conocer el presente sin olvidar el pasado y dejar que el futuro sitúe las cosas, contar hasta tres.
Yo no sé en qué compás vive una ciudad como Sevilla. Para unos será el compás preelectoral con sus cuchillos sucios, para otros el compás del tiempo litúrgico o el que impone la temporada deportiva. Sí sé que mi partitura marca ahora compás de silencio. En vísperas de esta nueva Navidad, los brillos de la calle se han puesto de acuerdo en hacerme contar (una, dos y tres) para enseñarme cuáles son las luces que conviene alumbrar y encender sin falta: las de la casa y la familia. A esas luces miro mientras sacudo la tinta de esta pluma sevillana y mensual que he tenido el honor de poder usar para que ustedes me leyeran durante tres años. Nuestro paisano Nebrija decía que el periodo de tres días era un tresdial, al de tres noches lo llamaba tresnochal y al trienio lo denominaba (palabra transparente y hermosa) tresañal. Quien esto firma cierra un periodo tresañal iniciado en enero de 2023 y se despide con gratitud de ABC, el periódico de las tres letras.
Los ciclos tienen su final y este paso, elegido en calma, forma parte del oficio de estar en la prensa. Han sido tres años estupendos. Me propuse escribir poniendo Sevilla o sevillano siempre en el título y creo haber cumplido, también en esta despedida. Me encontrarán por Sevilla, de frente y tratando de ser honesta, escribiendo, leyendo o enseñando. Me despido agradeciendo la compañía silenciosa de ustedes, que han leído en sus casas estas líneas que han salido antes de la mía. Mi casa de las palabras se llama Sevilla: tres sílabas, tantas como el viejo topónimo romano de Híspalis, el andalusí de Isbilya o los sustantivos «transición» y «prudencia». Ni bisílabas ni polisílabas, me gustan esas palabras que tienen tres partes, como si en ellas estuviera el justo medio.
Es catedrática de Lengua Española, Lingüística y Teoría de la Literatura de la Universidad de Sevilla
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